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tó en esa actitud de sierve: "Tampoco el hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos" (Me 10, 45). Lo fundamental de todo siervo es hacer la voluntad de su amo, y Cristo lo dejó manifiesto en multitud de ocasiones: "Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado" (Jn 4, 34). Fue sobre todo en la noche de Getsemaní donde llevó su entrega hasta el límite: "Padre, si quieres, aparta de mi este cáliz, pero no se haga mi vo– luntad sino la tuya" (Le 22, 42). San Pablo resu– mirá la vida terrestre del Mesías diciendo: "Se despojó de sí mismo tomando la condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres yapa– reciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz" (Fil 2, 7-8). Hay que notar cómo tornan– do la condición de siervo se asemeja a los hom– bres, es decir, revela la verdadera condición hu– mana. Y no sólo eso, la actitud kenótica no es pu– ramente negativa, de renuncia por renuncia, sino que es un movimiento de solidaridad por los hom– bres, y en consecuencia enormemente fecun– da (11). Jesús es el hermano primogénito Es nuestro hermano mayor. El ser el primero, automáticamente nos sitúa a todos los demás, sin excepción posible, en hermanos menores con re– lación a El. La minoría es un atributo fundamen– tal de todo hombre. Al complementar el adjetivo de "siervo" con el de "hijo" se subraya que las relaciones no son de dueño y criado, sino de padre-hijo, relaciones de amor y confianza. Y al mismo tiempo la presencia de Jesús como hombre abre unas dimensiones nuevas de hori– zontalidad. Porque los conceptos de Padre-hijo se encuentran en distinto nivel, en línea de vertica- (11) GONZALEZ FAUS, o.e., la fecundidad de la kénosls, pp, 211-214. 46

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