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ticamente una renuncia a la seriedad del señorío de Jesús, ya que en la confesión de este señorío se contiene algo fundamental, a saber: la destruc– ción de la tendencia absoluta de todo poder te– rreno. Y esta enseñanza es hoy tan importante como antaño porque las idolatrías y los sefioríos antiguos subsisten hoy y quizás con más fuerza que antes por las formas seculares o profanas que han adquirido y bajo las cuales se enmascaran" (7). Este aspecto era precisamente el que queríamos denunciar en los Negrales: la usurpación del se– ñorío de Cristo (en definitiva del señorío de Dios) por los estamentos clericales, ahogando la libertad de los hijos de Dios. Jesús, hijo único del Padre El otro carácter específico del seño.-ío de Dios, Cristo nos lo revela acentuando su condición de Hijo único. La filiación supone la Paternidad, y la distinción de todos los demás hombres exige la unicidad de esta filiación. De nuevo vale el texto aducido: "Quien me ve a mí, ve al Padre" (Jn 14, 9). Otros pasajes corroboran la misma idea: "El Padre y yo somos una sola cosa" [Jn 10, 30). "Na– die conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar" (Mt 11, 27). "Hemos visto su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único" (Jn 1, 14). "A Dios nadie le ha visto: el Hijo único, que está en el seno del Padre, lo ha contado" (Jn 1, 18). La Paternidad divina decíamos que suponía la superación del temor por el amor. Y ese es pre– cisamente el aspecto que Jesucristo pone en evi– dencia ante los hombres: esa cercanía de Dios, su providencia ¡; pesar del pecado del hombre, su perdón y su amor. "Si confesamos a Dios en Jesucristo es porque Cristo nos ha hecho expe– rimentar a Dios como Padre de un modo distinto. (7) GONZALEZ FAUS, o.e., pág. 289-290. 44

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