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del Papa como el primer personaje resentido por esta presencia de Dios. Todos los homenajes son para Dios, no para el Ro-mano Pontífice, y éste se inventa una enfermedad diplomática para explicar su ausencia al lado de Dios. Acostumbrado a sus– tituir a Dios, no encaja el papel secundario que i-ealmcnta es el que le corresponde. Dios es insustituible. En la transmisión de po– deres de Cristo a los Apóstoles y a la jen;rq!..ía, se suele acentuar la identificación entre ellos y Cristo, dando la impresión de que ellos, en algún modo, sustituyen y ocupan el lugar de Cristo. Sin negar estos textos, creo que es inás correcto acentuar la perennidad e insustituibilidad de Cris– to, la distinción de Cristo-Dios y apóstoles-hom– bres. El Papa, los Obispos, los sacerdotes, deberíamos tomar una conciencia más viva de nuestro papal de colaboradores, de que no somos protagonistas en la obra de salvación, sino: siervos inútiles" (Le 17,10), de que nuestra función está simple– mente en el campo de las relaciones interpersona– les, en la organización visible e imprescindible donde hay que coordinar la actividad de varios hombres, pero que en el terreno personal, de la intimidad de la conciencia, no tenemos por qué pretender un dominio o un sometimiento que sólo corresponde a Dios. No tenemos derecho a coac– cionar, presionar u oprimir a ningún hermano. Hay un riesgo: el subjetivismo, el error. Pero siempre es más fácil en un clima de libertad y respeto lograr la reflexión serena y dar lugar a la acción iluminadora del Espíritu, que pretender en un clima de presión y anatemas la rectificación sincera. Más bien las posturas se radicalizan y se cierra el camino de la docilidad a la gracia. Es– toy convencido de que muchas veces, con nues– tro autoritarismo e intransigencia obstaculizamos más a Dios, en vez de facilitarle el camino de la conversión de los hombres. Pretendemos enmen– darle la plana a Dios. Pero Dios es insustituible. 39

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