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mar preceptores, porque uno solo es vuestro Pre– ceptor: Cristo" tMt 23, 8-10]. La .denominación má::; propia sería la de "profe– ta" que es el que habla en nombre de otro. En este sentido los Apóstoles serían, no maestros, sino profetas, de acuerdo con la cita aducida por San Pedro el día de Pentecostés: "Derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizaran sus hijos y sus hijas ... " (Hech 2, 17]. Es cuestión de no monopolizar el Espíritu, sino saberlo escuch~r a través de aquellos que sepan hacerlo resonar en sus palabras y en sus obras. El Espíritu habla a través de los Apóstoles, pero no sól.o por ellos, sino también por todos los fie– les. El carisma en la Iglesia. no siempre aparece corroborando a la institución, porque a veces es una ayuda para que lo institucional recobre su sen– tido de servicio a los hombres, perdiendo el ca– rácter de absolutismo y anquilosamiento al que por inercia se deja arrastrar. Dios es insustituible y conserva su libertad de acción, no atándose a sí mismo ni queriendo atar a sus hijos los hombres. El poder de las llaves La metáfora de las llaves implica la entrega de un poder. Crist.:> le promete a Pedro este poder: "Te daré las llaves del Reino de los cielos" (Mt 16, 19]. En el antiguo Testamento lsaías anuncia a Eliaquim esta entrega simbólica: Pondré la llave de la casa de David sobre su hombro: abri– rá, y nadie cerrará; cerrará y nadie abrirá" (Is 22, 22]. La forma redaccional parece absoluta y exclu– siva, pero indudablemente no podemos entenderla así, ya que Cristo se reserva esta potestad supre– ma: "Tengo las ·llaves de la muerte y del Hades" (Apoc 1, 18]. "Esto dice el Santo, el Veraz, el que tiene la llave de David: si él abre, nadie puede ce– rrar; si él cierra nadie puede abrir" [Apoc 3, 7]. 33 3 Liberación de la vida religiosa
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