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Para que no seamos y~ a.iños, llevados a la deriva y zarandeados por cualquier viento de doctrina, a merced de la malicia humana ... " [Et 4, 13-15). La perfección no está en la infancia espiritual si tai infancia excluye la madurez humana, el des• arrollo normal de los talentos que Dios da a cada persona en vez de enterrarlos como el mal siervo (cfr. Mt 25, 25). Ciertamente no podemos exigir a todos una es– pecialidad en teología o ciencias bíblicas, pero si a un niño recién nacido se le lleva la comida a la boca, no se puede pretender que toda la vida se le esté dando de comer. "Al hacerme hombre, dejé todas las cosas de niño" (1 Co 13, 11). Cuando redactábamos el comunicado de Los Negrales, al establecer el principio "Dios, el solo Señor y Padre", recordábamos mentalmente una escena profundamente significativa. Francisco de Asís ha sido llevado por su padre ante el Obispo. Se le exige que repare el daño causado, renuncie a la herencia paterna y devuelva todos los bienes que posea. Francisco se d0snuda y vuelto hacia su padre, le dice: "Hasta ahora os he dado el nombre de padre aquí en la tierra, pern en ade– lante podré decir con toda seguridad: Padre nues– tro que estás en los cielos" (7). Queríamos repetir ese mismo gesto: tomar la decisión de no aceptar ninguna paternidad terre– na, no vendernos a nadie y reservarnos entera– mente para el Padre que está en los cielos. (7) S. BUENAVENTURA, Leyenda de San Francisco, cap. 2, n9 4, 27

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