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espiritual (Santa Teresita de Lisieux sigue siendo incomprendida) que temo que, sin querer, se ha– ya tergiversado el evangelio. Desde luego, desde el punto de vista de la jerarquía y de los que man– dan, lo cómodo es una masa de súbditos que no originen problemas, que no discrepen, que digan "amén". En una palabra, lo fácil y lo práctico es formar niños perpetuos, mentalidad infantil, y lo– grar un endiosamiento de quienes ocupan cargos de arriba. "Quien obedece, no se equivoca. Obe– decer al superior es obedecer a Dios. La Jerarquía tiene comunicación directa o particular con Dios, que no tienen los inferiores". Y así otras muchas fórmulas que se nos imbuían como si fuera el mis– mo evangelio. Ya hablaremos más adelante de la obediencia. Pero por de pronto podemos descubrir ya una usurpación del señorío de Dios, una limitación a la libertad de Dios. Dios no nos quiere esclavos, sino iíbres. No te– nemos por qué estar sometidos a tributos de nuestro Padre: "Los reyes de la tierra ¿de quién cobran tasas, de sus hijos o de los extraños? De los extraños. Jesús dijo: Por tanto, libres están los hijos" (Mt 17, 25-26). Hay que intentar la formación de creyentes adultos, críticos, buscadores serenos de la verdad, y no perpetuos menores de edad, sin capacidad crítica, que abandonan su responsabilidad en el director espiritual o en el superior de turno. Porque si el evangelio nos dice: "si no os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos" [Mt 18, 3). San Pablo nos aclara me– ridianamente: "Hermanos, no seáis niños en juicio. Sed niños en malicia, pero hombres maduros <11n juicio" (1 Co 14, 20). "En juicio", es decir, en ,;:2 pacidad de juzgar por sí mismo, en investigar cuál es la voluntad de Dios y no en aceptar con o_ 1 os cerrados cuanto nos echen por delante. "Hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y del conoci– miento pleno del Hijo de Dios, al estado del hom– bre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo. 26
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