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máis ei Señor, y decís bien porque lo soy" (Jn 13, 13), pero rerrnncia a tratarnos como esclavos. Es una elevación del puro servilismo a una au– téntica amistad: "el siervo no sabe lo que hace su amo; os he llamado amigos porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer" (Jn 15, 15). La servidumbre implica ignorancia ("no sabe lo que hace su amo"]. es un obrar a ciegas, sólo por el "ordeno y mando" del dueño; "siervos inú– tiles somos; hemos hecho lo que debíamos ha– cer" (Le 17, 10). Precisamente este caso de ser– vidumbre es diametralmente opuesto al ejemplo de Cristo en su cena de despedida. En el primer ca– so, el dueño dice al criado: "Prepárame algo para cenar, y cíñete para servirme hasta que haya co– mido y bebido, y después comerás y beberás tú" [Le 17, 8). En cambio Cristo antes de morir "se levanta de la mesa, se quita el manto y tomando una toalla, se la ciñe. Luego echa agua en un le– brillo y se pone a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido" (Jn 13, 4-5). Cristo no nos trata como a siervos sino que nos da la categoda de amigos. La amistad es una participación en el conocimiento (todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer). Entre amigos no hay autoritarismo sino diálogo, conver– sación, ponerse de acuerdo y actuar conjuntamen– te. Se hace la voluntad del amigo no por imposi– ción sino por amor. Es la diferencia fundamental entre el siervo y el amigo. Esta amistad ilega al grado d efiliación: "Ya no eres esclavo sino hijo" [Gal 4 7). E! Señor se trans– forma en padre. No para someternos, sino en un gesto libe.-ador, dándonos la mayoría de edad. Superación del infantilismo Quizás tenga razón Freud si la patern,dad d,vina sirve de pretexto para prolongar un infantilismo espiritual. Se nos ha hablado tanto de obediencia ciega, de docilidad a los superiores, de infancia 25

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