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IH "UN SOLO DIOS Y PADRE DE TODOS" (Ef 4, 6) Establecido el señorío único de Dios, del que deducimos la actitud fundamental del servicio que corresponde al hombre, a todo hombre, constata– mos inmediatamente un cambio que casi podría– mos llamar sustancial. Y es que el único Señor, que tiene todo el derecho para tratarnos como esclavos, ha sustituido las relaciones señor-siervo (regidas por la ley del temor) que median entre Dios y los hombres, por las relaciones padre-hijo (regidas por la ley del amor). No nos corresponden, naturalmente. Ha sido be– nevolencia de Dios. Pero es una realidad gozosa, consoladora. "No recibisteis un espíritu de escla– vos para recaer en el temor; antes bien recibisteis 1Jn espíritu de hijos adoptivos que nos hace excla– mar: iAbba, Padre!" (Rom 8, 15). "La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: iAbba, Padre! De modo que ya no eres esclavo sino hi– jo" (Gal 4, 6-7). La paternidad divina También en el A.T. encontramos como un anti– cipo de la revelación de este atributo divino, si bien con maiices distintos. Dios es padre de Is– rael, como pueblo. Es una paternidad colectiva, no individual (1). (1) "Dios e:, padre con respecto a todo el pueblo, no en relación a un Individuo o a una familia únicamente, y el pueblo toma conciencia de esta paternidad en la medida que tiene una -conciencia histórica nacional". GUERRERO, Expertencla de Dios y catequesis, pág. 187. Cfr. también ORRIEUX, la paternité de Dieu dans /' anclen testament, en lumfere et Vle, 104 (1971) 59-71. 21

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