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preguntaba: ¿Quién sois Vos y quién soy yo? (8). Este era el pregón que el mismo Francisco anun– ciaba caminando por el bosque: "Soy el heraldo del gran Rey" (9). El que por este motivo fuese arrojado a un hoyo lleno de nieve, no fue suficiente para arrebatarle su alegría. Anunciar el reinado de Dios, su dominio y po– der absoluto frente a cualquier usurpación de par– te de criatura alguna, es la base de nuestra fe. No nos oponemos a quienes realicen un servicio de acercamiento del hombre a Dios, pero rechaza– mos enérgicamente a quienes so pretexto de me– diación, nos ocultan a nuestro Señor, nos distan– cian de El o nos lo secuestran. La renovación personal y comuntaria, tarea de todos los días, ha de comenzar por descubrir a Dios, derribar de nuestro corazón los miles de ídolos que quieren suplantarlo, y dejai-le actuar sin ponerle por parte nuestra obstáculos a su acción. Es, como si dijéramos, lograr la libertad de Dios a base de afirmar nuestra servidumbre esencial. Es en definitiva aceptar que Dios es el único Se– ñor y obrar consecuentemente. ¿Una ingenuidad del mensaje de Los Negrales? Yo diría más bien algo tremendamente comprometedor y revolucio– nario. (8) F/oreclllas de Ssn Francisco, Consideración 3~ sobre las llagas. {9) TOMAS DE CELANO, Vida 1• de San Francisco, cap. 7. 19
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