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Señor, ni de mí, su prisionero; sino al contrario, soporta conmigo los sufrimientos por el Evange– lio, ayudado por la fuerza de Dios" (2 Tim 1, 6-8). Ha habido hermanos que no han podido soportar la artificialidad de un cristianismo o de una vida religiosa que les ahogaba. Algunos abandonaron la Orden y se han casado, porque verdaderamente "para este viaje no se necesitan estas alforjas". Para ser un buen funcionario o vivir la vida que vivían, no hacía falta el celibato. Otros incluso abandonaron la Iglesia. Decidieron vivir por su cuenta y con todos los riesgos lo genuino del evan– gelio, dejando a un lado todas las leyes canóni– cas. Y otros finalmente seguimos luchando dentro de la institución. Tenemos mucho que agradecer a la Iglesia y a la Orden donde nos hemos forma– do, y las amamos sinceramente a pesar de sus de– fectos. Han ido surgiendo aquí y allá grupos de renovación, minifraternidades, comunidades de ba– se, con más buena voluntad que medios y compren– sión por parte de la Institución. Cuando algún grupo se disuelve, el comentario de los tradicio– nales brota espontáneo: "Han fracasado, eran unos ilusos". Y no nos damos cuenta de que an– tes del fracaso del grupo pequeño, desde el mo– mento que se desgajaron del grupo grande, ya era una denuncia del fracaso de este macrogrupo. De todos modos es desde otra perspectiva des– de la que debemos observar estos intentos de minifraternidades. leo en el diario del Hno. Rogers, el prior de Taizé: "Unas muchachas me dicen que no tuvieron éxito con su comunidad de base. El éxito es una noción social en las antípodas del evangelio. la búsqueda del éxito engendra una forma sutil de egocentrismo. Hay que tropezar siempre. Nuestras expresiones son torcidas, ja– más perfectas. Nuestros símbolos son ambi– guos" (1). Cuando Bismarck era embajador de Alemania en San Petersburgo, notó que un guardia armado {1) ROGER. Lucha y contemplac/6n (Barcelona, Herder, 1975) pág. 104. 198
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