BCCCAP00000000000000000000490

precedido. "Sí, únicamente se nos ha dado para amar a esta iglesia niña que empezamos a tener entre los dedos, ahora que parece que descienden los alaridos del parto de estos años; a esta niña a la que hemos engendrado y que nos va a en– gendrar; esta nuava y aún misteriosa criatura que apenas sabemos cómo va a ser y vivir; esta dul– ce y terrible, querida hija nuestra" (1). Estamos tocando el punto del carácter apostó– lico de la Iglesia. Todo creyente tiene que ser apóstol. Tiene que ser madre. "¡Hijos míos! por quienes sufro de nuevo dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en vosotros" (Gal 4, 19). San Agustín aborda el tema directamente: "¿Co– mo se podrá ser madre de Cristo? Entiendo que diga hermano y hermana, pues una es la heren– cia ... Por la mente dad a luz los miembros de Cristo, como María engendró en su vientre a Cris– to, y así seréis madres de Cristo. No está lejos de vosotros, no está fuera de vuestra capacidad, no repugna a vosotros. Fuisteis hijos, sed madres. Llevad al bautismo a los que podáis, para que así como fuisteis hijo cuando nacísteis a la gracia, así también conduciendo hacía el nacimiento por gra– cia, podáis ser madres de Cristo" (2). La intuición evangélica de un Francisco de Asís lo expresó en su Regla: "Si la madre ama y cuida a su hijo carnal, ¿cuánto con mayor diligencia debe cada uno amar y cuidar a su he1·mano espiri– tual?" (3). No concebimos que una persona pueda recibir en sí el germen de la Palabra divina, y no lo dé a luz. El resultado de la Palabra es hacerse hijos de Dios, primero el que la recibe. Pero la luz no pue– de esconderse debajo del celemín (Mt 5, 14-16), sino que debe brillar y trasmitirse a otros. Los otros reciben así la Palabra, y a su vez se convier– ten en hijos de Dios. Debe ser una cadena inin– terrumpida, hasta el fin de los siglos. (1) J. L. MARTJN DESCALZO, La Iglesia nuestra hila (Salamanca, SI– gueme, 1972) pp. 13-18. (2) S. AGUSTJN, sermón 25; PL 46-938-940. (3) S. FRANCISCO, Regla segunda, cap. 6. 176