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La Palabra se hace carne y habita en nosotros. El nacimiento de Jesús no fue tanto en Belén cuan– to en la persona de María. Y Jesús tiene que na– cer de lo alto pero en cada uno de nosotros; te– nemos que ser otra María para ser otro Cristo. Y María no fue sólo un ejemplo, sino que cola– bora eficazmente en la reproducción del Hijo en nosotros. Es tarea del Espíritu, por supuesto, pe– ro ella colabora haciéndonos llegar la Palabra a nosotros: "Haced lo que El os diga" manda a los criados en las bodas de Caná (Jn 2, 5). Cristo no es tampoco un simple modelo, sino que es causa de nuestra salvación. Tenemos que incorporarnos a El y formar con El un cuerpo verdadero. El es nuestra Cabeza, "Cabeza del Cuerpo, de la Igle– sia" (Col 1, 18). Por eso San Pablo usa las prepo– siciones "en", "con", "por" Cristo, Todos somos con Cristo concrucificados, consepultados, conre– sucitados, coherederos, etc... Es una auténtica unidad real, mística. Por consiguiente María al ser madre de Cristo Cabeza, es en algún modo, ma– dre de Cristo total. Quien se incorpora a Cristo, se hace no sólo hermano de él y de todos los hombres, sino hijo de María: "Ahí tienes a tu madre" señala Cristo desde la cruz (Jn 19, 27). La Iglesia es nuestra hija De este modo titula José Luis Martín Descalzo un artículo suyo en el periódico ABC, que le sir– vió después para publicar un libro con idéntico escabezamiento. La Iglesia somos todos, reunidos en nombre del Señor, llamados para servir a todos los hombres. El vínculo es el del amor, el amor fraterno, que llega a convertirse en un amor fe– cundo, materno, por cuanto cada uno de nosotros, al recibir la Palabra, no podemos menos de tras– mitirla, con lo que venimos a ser madres, y de este modo la Iglesia de las generaciones venide– ras será en algún modo hija nuestra, como la igle– sia de hoy es hija de las generaciones que nos han 175

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