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para que fuera él el primogénito entre muchos hermanos" (Rom 8, 29). En estas líneas está re– sumido el plan de Dios: que todos seamos hijos, pero reproduciendo la imagen del Hijo primogéni– to. No se trata de hacer imágenes materiales del Hijo, estatuas o crucifijos, sino imágenes vivas, "piedras vivas" que diría San Pedro (1 Pe 2, 5). Que cada uno de nosotros nos transformemos en otro Cristo, en hijos de Dios reproduciendo la ima– gen de Jesús. Esta reproducción es obra del Espíritu Santo: "Todos nosotros nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez más gloriosos, con– forme a la acción del Señor, que es Espíritu" (2 Co 3, 18). Aquí radica el don de la filiación, don que viene de lo alto. En consecuencia, la filiación divina no puede ve– nir de abajo, de la carne y sangre. En esto tuvo que insistir mucho Cristo, frente a los judíos. Ellos consideraban que la salvación les venía simple– mente por una filiación natural de Abraham, por una mera descendencia según la carne: "No os contentéis con decir en vuestro interior: Tenemos por padre a Abraham; porque os digo que puede Dios de estas piedras dar hijos a Abraham" (Mt 3, 9). La relación con Abraham no hay que mirarla en la línea natural, sino en un orden moral, de repro– ducir sus obras de hombre de fe: "Ellos le res– pondieron: Nuestro padre es Abraham. Jesús les dice: Si fuérais hijos de Abraham, haríais las obras de Abraham" (Jn 8, 39). "¿Qué diremos de Abra– ham, nuestro padre según la carne? ¿Qué dice la Escritura? Creyó Abraham en Dios y le fue repu– tado como justicia ... Así se convertía en padre de todos los creyentes" (Rm 4, 1-12). La circuncisión carnal no es suficiente. Es sólo un signo de la interior: "El verdadero juidío lo es en el interior, y la verdadera circuncisión es la del corazón, según el espíritu y no según la letra" (Rm 2, 28-29). La carne, el esfuerzo puramente humano, es im– potente. La salvación viene de io alto: "Pues lo 172

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