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pagana el poder sobre los demás, que aparece en sus estructuras. "Vosotros nada de eso" (Me 1 O, 43). Lo nuestro es servir, no mandar ni imponer. Tratemos de ser hermanos, que están en el mis– mo nivel, que compiten en servirse mutuamente. Poner en común nuestras ideas, saber escuchar, aprender, dialogar. Y entonces, bajo la acción del único Padre -que es Dios- y del único Maestro -Cristo, su Espíritu- la verdad irrumpirá por sí misma, el amor será la ley universal, y el diálogo en línea de amor será la repartición de bienes, la comunicación de cuanto poseemos. Habremos lle– gado así a la Iglesia de los pobres. Pobreza que es la igualdad de tenerlo todo en común: bienes ma– teriales .y espirituales, sentido humilde para reci– bir la verdad, la menor brizna de verdad donde– quiera la encontremos; y vivir bajo la suprema y única norma del amor a todos: esta es la fraterni– dad que tenemos que descubrir y realizar, para que la Iglesia sea un testimonio evangélico ante el mundo de hoy. b) Tratemos de liberarnos "La verdad os hará libres" (Jn 8, 32). Tenemos miedo a la libertad y por eso no sabemos apreciar ese clima que respira Dios y que ha querido ha– cernos respirar a los hombres. Hemos preferido la sujeción, el infantilismo, recurriendo cómodamen– te a frases corno "si no os hacéis como niños no entraréis en el Reino de los cielos" (Mt 18, 3). Olvidamos la explicación de San Pablo: "Sed niños en malicia pero hombres maduros en juicio" (1 Co 14, 20). Esta madurez es la que tenemos que lograr. Se ha propuesto como el sumo de la perfección la obediencia, prolongando así el infantilismo y de– jando la responsabilidad en manos de otros, el Papa, el Obispo, el confesor, el director espiri– tual ... Dividíamos a la Iglesia en dos estratos: la Iglesia docente, los responsables, el clero; y por otro lado la Iglesia discente, los menores de 168

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