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Por otro lado ha habido en la historia casos do– lorosos de precipitación en el magisterio ordina– rio. Seamos realistas y humildes: la Iglesia no siemore acertó en el terreno doctrinal ni en sus actuaciones prácticas. Quisimos proceder como si fuésemos el Padre o el Maestro, cuando más bien debiéramos actuar como hermanos, en bús– queda humilde de la verdad y en espera pacient3 de la misma. Más que "maestros", somos "profe– tas". El profeta es siempre subalterno, que habla sólo lo que escucha y cuando escucha al único Maestro. Seguramente saldríamos de esta inf!ac– ción de enseñanzas magisteriales. La auténtica hermandad se base en el amor, no en el temor ni en las amenazas ni en los anate– mas. El diálogo es el clima a promover. ¡Qué es– peranzadora resultó la encíclica "Ecclesiam suam" de Pablo VI invitando al diálogo! Diálogo con todo lo que es humano, con los creyentes, con los her– manos separados y en el interior de la misma Iglesia: "¡Cómo quisiéramos gozar de este diá– logo de familia en la plenitud de la fe, de la cari– dad y de las obras! ¡Cuán interno y familiar lo desearíamos, sensible a todas las verdades, a to– das las virtudes, a todas las realidades de nues– tro patrimonio doctrinal y espiritual! ¡Qué sincero y emocionado, en su genuina espiritualidad! ¡Qué dispuesto a recoger las voces múltiples del mun– do contemporáneo, qué capaz de hacer a los ca– tólicos hombres verdaderamente buenos, hombres sensatos, hombres libres, hombres serenos y va– lientes!" (39). La verdad no se impone por la fuerza. La ver– dad se impone por sí misma. Y sólo puede aflorar a nivel de búsqueda, de aportación de todos, es decir, de diálogo. Pero el diálogo es fruto de quie– nes se ponen en el mismo plano, de quienes se consideran iguales, que en cristiano quiere decir hermanos. La Iglesia - todos nosotros- tenemos que reencontrar la voluntad no del poder, sino del servicio. No tenemos que copiar de la organización {39} PABLO VI, Eccleslsm susm, n9 43. 167