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Como aquel labriego que al conocer a Francisco, dijo: ''Trata de ser tan bueno como se dice. Mu– cha gente ha puesto su confianza en tí; es preci– so no decepcionarles". Al oír S. Francisco estas palabras no se desdeñó de ser amonestado por un rústico, ni dijo para sí: ¡Qué bestia es éste que me reprende! como harían hoy muchos soberbios que llevan el hábito, sino que inmediatamente se echó a tierra y arrodillándose le besó los pies y le dio gracias con humildad porque había tenido a bien avisarle tan caritativamente" (38). Yo le diría al pueblo de Dios que es la Iglesia: "Trata de ser bueno. Mucha gente confía en tí. no le decepciones". a} Tratemos de ser hermanos. Todos somos hermanos. Nadie es Padre sino sólo Dios. Debemos abandonar la actitud paternal. No nos corresponde. la autoridad según Cristo no está en imponer, ni en oprimir, sino en servir. Como hermano menor. Aunque nos parezca duro, no debemos creernos en posesión exclusiva de la verdad. No tenemos que tener miedo a la verdad. Esté donde esté o venga de donde venga. la verdad puede llegarnos de un pobre labrador, de una viejecita inculta, de un niño, de un protestante, de un comunista. No debemos precipitarnos a condenar a nadie. No estar usando el magisterio a diestra y siniestra. El abuso lleva al descrédito. Muchos oyen ya las decisiones magisteriales como quien siente llo– ver. Es sintomático que el magisterio eclesiástico tenga que estar autoafirmándose continuamente. Es como un círculo vicioso. ¡Qué pobre impresión la del maestro, educador o padre que todo tenga que basarlo en el "es así porque lo digo yo". Se insiste demasiado en la docilidad, cuando preci– samente la pedagogía transcurre por unos cauces de no directividad y de respeto a la persona. (38) F!oreclflas de S. Frar,clsco, Consideración 1' sobre las llagas. 166
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