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todas las cosas. . . que no son contrarias al alma y a nuestra regla" (20). En consecuencia, Francisco no era nada parti– dario del autoritarismo. En el exceso de autoridad veía un peligro y un abuso. "No se ha de echar mimo a la espada -decía- sin conveniente mo– tivo y razón". Y comenta el autor del Espejo de Perfección: "Nada más cierto que esto, pues la autoridad de imponer preceptos en un superior temerario, ¿qué otra cosa es sino una espada pues– ta en manos de un loco o de un furioso?" (21). Es patente qua Francisco reconoce que su ideal puede renovar la Iglesia, y que debe insistir, y for– zar, y resistir, ante la oposición de la misma Igle– sia, como ante un enfermo que se niega a tomar su medicina. Cuando la institución se anquilosa y en algún modo resulta antievangélica, Dios envía el ca– rismático, el profeta, que viene a reconvenir y hostigar. No se trata de desobediencia a la jerar– quía sino de ayudar a lo institucional para que cumpla su cometido. La jerarquía hace mal en es– cudarse en la autoridad, tradición o imposición, apelando a frase como "el que a vosotros oye, a mí me oye" (Le 10, 16) que es una frase dicha por Cristo en un momento concreto y para una misión determinada, pero que no garantiza todas y cada una de sus actuaciones; más bien debe re– co.rdar el principio fundamental, válido siempre, de que "el que quiera ser el mayor entre vos– otros, debe ser el servidor" (Mt 20, 26-28). 3) El id.ea/ franciscano Francisco supuso que su ideal podía renovar la Iglesia, y por ello se mantuvo fiel a sí mismo, con. cierta terquedad. ¿Cuál era este ideal? No es la ocasión de ampliar todos los puntos que in- (20) Regla segunda, cap. 10. {21} Espejo de perfecc/6n, cap, 4. 161 11 liberación de la vida religiosa
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