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Silvestre. la respuesta no fue nada ambigua: "Res– pondió Cristo que su voluntad es que vayas a predicar por el mundo; porque no te he elegido para tí solo, sino también para la salvación de los demás" (2). Renovación de la Iglesia: una tarea sugestiva y también peligrosa. Porque el cisma y la herejía están a la vuelta de la esquina; o son tales las di– ficultades, que pueden hacer desistir al hombre de mejor voluntad. La historia está jalonada de estos intentos, con éxito diverso. En el siglo XIII nos encontramos a los cátaros, albigenses, pobres de Lyon, valdenses, etc ... La reforma luterana es otro ejemplo escalofriante. Por otro lado los sin– sabores degustados por todos los reformadores dentro de la ortodoxia católica son para desmora– lizar a cualquiera. Francisco es todo un ejemplo de equilibrio. Ce– lano nos sirve una interpretación teológica de la restauración de la Iglesia de San Damián: "La primera obra que el bienaventurado Francisco emprendió ... fue edificar una casa al Señor; mas no con la vana pretensión de levantarla desde los cimientos, sino proponiéndose únicamente reparar la antigua y adornar la desmantelada; no echa los fundamentos, sólo edifica sobre ellos, reservando, sin advertirlo, esta prerrogativa a Cristo; porque nadie puede colocar otro fundamento que el ya constituido desde el principio, que es Cristo Je– sús" (3). La Iglesia está constituida por hombres. En su vertiente humana, es frágil. Y tiene necesidad de conversión. En unas épocas, más que en otras, pero esta actitud de "penitencia" debe ser cons– tante. Por norma habitual la institución se resiste al cambio. La ley de la inercia trata de imponerse. La tradición se presenta como ley suprema. Quien tra– te de refo,·marla, se expone, si no lo logra, o a la ruptura con la institución (cisma o herejía) o al (2) Florecllfss de S. Francisco, cap. 15. (3) CELANO, V/do pr/mers, cap. 8. 156
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