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cimiento, don, amor, que se expresa frecuente– mente en la metáfora de negarse a sí mismo, de tomar la cruz, pero que no implica la negación de la alegría. Cristo llama bienaventurados a los que padecen, a los que lloran. Pero es necesario afir– mar bien alto que el sufrimiento en sí mismo no es fuente de felicidad. Si Jesús llama dichoso al que sufre, no es por su dolor, sino por el amor que entraña, por esa fidelidad a Dios y a los hombres, a pesar de las dificultades. No tenemos que bus– car el sufrimiento por el sufrimiento: eso sería masoquismo, y es inconcebible en el plan divino. El comentario exegético a las bendiciones y maldiciones de Lucas corrobora esta interpreta– ción: "No es dichosa la pobreza en sí, ni el llanto en sí, sino que es dichoso el pobre en una situa– ción en la que hay ricos, y maldito el rico en una situación en la que hay pobres. No la riqueza en cuanto abundancia, ni la risa en cuanto plenitud es maldita, sino la riqueza en cuanto correlativa y aquella riqueza que es correlativa de una pobreza. Correlativa no quiere decir meramente coexisten– te o simultánea sino que implica alguna rela– ción mayor que la pura coincidencia temporal: implica que uno de los miembros se apoya en el otro o lo necesita para poder existir él. Este tipo de correlación es el único que permite hablar como lo hace Lucas: bienaventurados los que llo– ran -malditos los que ríen. Sin esta correlación lo único que habría en el evangelio sería una va– loración masoquista del llanto o la pobreza por sí mismo; valoración que es ajena a la promesa ad– judicada a cada bienaventuranza" (2). Lo que ocurre es que el amor va frecuentemente acompañado del sufrimiento, y cuando se ama a alguien, tiene uno que olvidarse de sí mismo. Se nos habla de cruz y de sufrimiento como manifes– tación de un amor: "Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15, 13). El sufrimiento sin amor no significa nada, y es mons– truoso imaginarse a Dios complaciéndose en el (2) GONZALEZ FAUS, o.e,. pág. 97. 148