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"El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida" (Mt 20, 28). La alegría cristiana es la comunicación de bie– nes, es el sentirse miembros del Cuerpo Místico, realizarse como hermanos de todos, disfrutar de la dicha de sentirnos hijos de Dios. El amor está en la raíz de esta alegría y es su fruto. Vivir esta alegría es. vivir del amor y para el amor; por eso la alegría es el signo, para todos, de una existen– cia auténticamente cristiana. Es inimaginable un cristianismo triste. Dios no nos ha llamado a la tristeza. ¿ Y el sufrimiento y la Cruz? Decimos que Dios nos llama a la alegría y a la felicidad. ¿Y entonces esas invitaciones de signo contrario? ¿Cómo se explican? "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame" (Mt 16, 24). "El que no carga con su cruz y viene tras de mí, no puede ser mi discípulo" (Le 14, 27). La narra– ción de los discípulos de Emaús, con la frase del Señor: "¿No era necesario que Cristo sufriera to– do eso para entrar en su gloria?" (Le 24, 26), está suponiendo la conexión intrínseca entre el sufri• miento y la gloria para todos los discípulos. Se– gún eso, los cristianos estaríamos llamados a la alegría en la otra vida, no en la presente donde úni– camente el sufrimiento es lo que se nos ofrece. "Entrad por la puerta estrecha. Que es ancha la puerta y espacioso el camino que lleva a la per– dición, y son muchos los que entran por ella. Y es estrecha la puerta y angosto el camino que lleva a la vida, y son pocos los que lo encuentran" (Mt 7, 13-14). Estaríamos expuestos a la perdición lan– zándonos en los brazos de la felicidad. Hay que insistir en la doble concepción de la felicidad. Está por un lado esa felicidad engañosa que es egoísmo, disfrute a solas, simple consumo, que viene a ser la senda ancha que siguen muchos para su perdición. Y está la felicidad que es ofre- 147
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