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nos presenta el evangelio, que es la capacidad de dar, de compartir, de entregarse. La máxima cris– tiana que nos ha trasmitido San Pablo, dice así: "Hay más felicidad de dar que en recibir" (Hech 20, 35). Es una actitud creadora, dinámica, y no la cerrazón insaciable de quien piensa sólo en reci– bir y acaparar. En el evangelio de San Lucas tenemos una. im– precación contra los que ríen: "¡Ay de vosotros los que ahora 1·eís, porque gemiréis y lloraréis!" (Le 6, 25). Alguien pudiera tomar pie de este ana– tema para justificar una espiritualidad de lágrimas y tristezas. Pero Cristo no maldice la risa. Es una imprecación que está unida a las imprecaciones contra los ricos, los hartos, y los glorificados por los hombres. Es decir, se trata de la maldición de los acaparadores, bien sea de la gloria humana, o de bienes materiales o de placeres. La alegría que se nos inculca es la del servicio a los hermanos. Es el símbolo de Jesús en la últi– ma cena: "Si yo, el Señor y el Maestro, os lavé los pies, también vosotros os los debéis lavar unos a otros. Yo os he dado ejemplo para que hagáis vosotros como yo hice. En verdad, en verdad os digo que el siervo no es más que su señor, ni el enviado más que quien lo envió. Felices vosotros si practicáis estas cosas que sabéis" (Jn 13, 14-17). Es el ofrecimiento que hace de sí mismo en la Eu– caristía, y la oblación de su vida en la cruz: "El Padre me ama, porque yo doy mi vida ... Nadie me la quita, sino que la doy yo por mí mismo" (Jn 10, 17-18). Con otras palabras, la alegría que se nos ofrece no es otra que la del amor. Y no un amor abstrac– to, sino concreto y palpable en el prójimo que nos necesita. Un amor que se olvida de sí mismo pa– ra preocuparse de los demás. Es el test que he– mos de rellenar para tener acceso al gozo eterno: "Tuve hambre y me dísteis de comer, etc ... Cuan– do lo hicísteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicísteis" (Mt 25, 35-40). Este es el camino que nos ha trazado el Señor: 146