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que se ha hecho siempre. En estos casos la mayo– ría es guiada por una minoría, para bien o para mal. Muchas verdades y descubrimientos se han lo– grado implantar por el esfuerzo individual de uno o de una minoría frente a la mayoría. Las teorías de Copérniéo y Galileo fueron rechazadas por una mayoría tradicional, que no tenía base científica alguna. Finalmente la tesis heliocéntrica se im– puso, y de minoría pasó a ser mayoría. Las reformas se han iniciado siempre por una minoría. Nunca ha sido una mayoría la que inicia reformas profundas. Con la mayoría va ligado nor– malmente el poder, la fuerza. La minoría represen– ta la debilidad, aunque no la falta de razón (4). Aplicando los principios de los capítulos ante– riores, sería anticristiano que la mayoría absorbie– ra u oprimiera a la minoría, o viceversa. Nadie de– be oprimir a nadie. La pluralidad es un don de Dios y deben convivir pacíficamente, en mutuo respeto, la mayoría y las minorías. Aunque hable directamente de minorías étnicas, los principios establecidos por la Pacem in terris tienen validez y aplicación para todo tipo de mi– noría: "Hay que afirmar claramente que todo cuanto se haga para reprimir la vitalidad y el des– arrollo de tales minorías étnicas viola gravemente los deberes de la justicia" (5). Y no sólo eso. No basta con no reprimir, hay que promover: "Res– ponde a la justicia que los gobernantes se consa– gren a promover con eficacia los valores huma– nos de dichas minorías" (6). Desgraciadamente constatamos que en muchos ambientes civiles y religiosos, el único criterio que se tiene en cuenta es el de la mayoría. A la minoría no se le exige más que sumisión y acata- (4) Otras veces, como se desprende de lo dicho anteriormente, es una minarla la que manda, y una mayoría la que está sometida. Es co– mo se explican las dictaduras, tiranías y otras formas de gobierno en las que no se tiene en cuenta la opinión del pueblo, y éote. por miedo, obedece y calla. (5) Pacem In teuls, n9 95 (Juan XXIII). (6) Pacem In terrls, n9 86. 134