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mismo; diversidad de operaciones, pero es el mis– mo Dios que obra todo eri todos" (1 Co 12, 4-6). Esta unidad básica que nos constituye miembros de un mismo Cuerpo, es a la que nos exhortaba San Pablo cuando escribía: "Os pido que colméis mi alegría siendo todos del mismo sentir, con un mismo amor, un mismo espíritu, unos mismos sen– timientos. Nada hagáis por rivalidad ... Tened entre vosotros los mismos sentimientos que ·tuvo Cris– to" (Fil 2, 1-5). Para entendernos, denominemos esta homoge– neidad que está en el fundamento y que es el principio aglutinante de todas las diversidades compaginables, "homogeneidad envolvente". Sin esta unidad no es posible hablar ni de un Pueblo de Dios, de un Cuerpo místico de Cristo, ni de una Iglesia Católica. Es el dominio de un solo Se– ñor, la filiación de una única Paternidad, los dis– cípulos del único Maestro, de la única Palabra, del Espíritu. Pero esta unidad de Espíritu es precisamente la fuente de la diversidad: "Todas estas cosas las obra un mismo y único Espíritu, distribuyéndolas a cada uno en particular según su voluntad" (1 Ca 12, 11). ¿Cabe algún otro tipo de homogenei– dad? Sí, la homogeneidad del pequeño grupo, co– munidad de base, en contraposición a la Iglesia universal. Es la homogeneidad reducida. Los ejem– plos lo aclararán: Si un católico busca una consagración mayor a Cristo, se incorpora a una Orden religiosa: Domi– nicos, Jesuítas, Franciscanos ... Será precisamen– te aquella Orden que mejor congenie con su ca– rácter, con su vocación y estilo de vida. Es una homogeneidad reducida dentro· de la homogenei– dad envolvente de la Iglesia de Cristo. En otros conceptos, podríamos hablar de una _minoría den– tro de una mayoría. No son contrarias, pero son distintas, con sus peculiaridades, con su nota es– pecífica. Si este católico del que venimos hablando, op– ta por la Orden Franciscana, todavía tiene posi- 129 9 Liberación de la vida religiosa
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