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Sin embargo hay personas que carecen de toda iniciativa y desean que se lo den todo hecho. "Su vida religiosa consiste en obedecer todo lo que la jerarquía mand3 y en desear que mande más co– sas y con todos los detalles posibles; y como era de esperar, se escandalizan de que, por ejem– plo, un sacerdote se salte el lavabo en la misa. Estas dos tendencias combatirán la futura faz de la Iglesia y a sus forjadores. Se cumplirá una vez más el anuncio de Jesús: "No he venido a poner paz sino guerra; a separar a cinco de una fami– lia: tres contra dos y dos contra tres" (Le 12, 51-53). El pluralismo será inevitable" (10). El valor del pluralismo Si quisiéramos definir la pluriformidad, podría– mos decir que es la posibilidad y la capacidad de encarnar los ideales del evangelio en el modo y medida que lo requieran los diversos tiempos, lu– gares y personas. La pluriformidad supone una gran estima de to– da persona humana, de su conciencia y libertad, de sus carismas personales. Parte de la fidelidad a la inspiración del Espíritu Santo, y respeta las diversas culturas de los pueblos y la identidad de cada vocación. Existe el peligro del confusionismo. Es un ries– go. Pero infinitamente menor al que se corre cuando no se goza de libertad. Todo acto virtuoso requiere esencialmente que sea libre. De lo con– trario carece de valor en orden a la vida eterna. En el confusionismo puede uno equivocarse pe– ro si obra con conciencia recta y de buena fe, Dios no le imputará el error material cometido. Por otra parte, cuando uno se encuentra ante diversas interpretaciones, tiene que tomar una de– cisión personal con lo que se vence la inercia, esa pasividad a dejarse llevar. Además la diversidad (10) AOVIRA TENAS, o.e., pág. 96. 122
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