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muy cómodo. Ahora ya no queda más remedio que decidirse uno. Afán de uniformidad Lo que al principio era una realidad, la libertad que principalmente Pablo defendió contra la intran– sigencia judía, después con el correr del tiempo se fue perdiendo. El placer que uno puede experimentar contem– plando un desfile, viendo la uniformidad de atuen– do y de marcar el paso y mover los brazos, es una tentación que amenaza a todo hombre. Preten– demos que todo vaya a un mismo ritmo, al redo– ble de tambor o de campana. Exactamente igual en el campo pedagógico: es mucho menos compro– metido que todos los niños de la misma clase ac– túen de m.odo cronométrico. Juntos en clase, jun– tos en el patio, juntos en un mismo autobús ... Pero se pierde la riqueza de la personalidad. Una educación personalizada tiene que olvidarse de la uniformidad. Ciertamente es más difícil, por eso no se logra implantar en todas partes, no porque no sea mucho mejor, sino porque faltan educado– res con esa capacidad, la mayoría buscamos lo más cómodo y r.adie quiere complicarse la vida. Parece como si la jerarquía en la Iglesia y en las Ordenes religiosas, con el pasar de los años, hu– biese ido derivando hacia lo menos comprometido: la uniformidad. Y se trató de cortar por lo sano con todo brote de personalidad y diferencia. "El poder de los hombres quiere conseguir, y es lógico, lo que se propone, indefectiblemente. iComo si de Dios se tratara! Pero, cuando no puede conseguirlo por las buenas, lo consigue por las malas. Por la fuerza de la costumbre llega un momento en que el que manda se siente diviniza– do. Entonces indirectamente se aplica lo que de Dibs dice el salmo: "él dijo y todo fue. hecho, él 116

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