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(Ez 18, 23; 33, 11). Caín fue el primer homicida de la historia, y a pesar de lo que aborrece el Señor el homicidio, no cayó en la trampa, que se– ría la contradicción de dar muerte a Caín, sino que al contrario amenazó a quien intentase des– truirlo: "Quienquiera que matare a Caín, lo pagará siete veces" (Gen 4, 15). Estoy convencido de que Dios no aprueba la pena de muerte. Pero me desviaría del tema si quisiera explayar ahora este punto (1). Es induda· ble el máximo respeto que Dios profesa a la vida de todos los hombres. Pero no basta respetar la vida. No es suficiente la mera supervivencia, sin dignidad, sin los me– dios necesarios para una existencia confortable. V en paralelismo con el Decálogo, encontramos en el Levítico un mandamiento importante: "No oprimi1·ás a tu prójimo ni lo despojarás" (Lev 19, 13). De esto podrían hablarnos un poco Hel– der Cámara o Mons. Casaldá!iga. Se oprime no sólo físicamente. La mayor opre– sión es siempre la moral, cuando se priva de la libertad, de un vivir consecuente con sus ideas personales. Ni siquiera el pretexto de la verdad justifica la opresión. Como dato anecdótico y real– mente expresivo es el caso de Josué celoso de dos hombres que reciben el espíritu profético. No me resisto a transcribirlo: "Habían quedado en el campamento dos hombres, llamados Eldad y el otro Medad. Reposó también sobre ellos el espíritu, pues no habían salido de la tienda, eran de los designados. V profetizaban en el campamento. Un muchacho corrió a anunciar a Moisés: Eldad y Medad están profetizando en el campamento. Jo– sué, hijo de Nun, que estaba al servicio de Moi– sés desde su mocedad, respondió y dijo: Mi se– ñor Moisés, prohíbeselo. Le respondió Moisés: ¿Es que estás tú celoso por mí? ¡Quién me diera que todo el pueblo de Vahvéh profetizara porque Vah– véh les daba su espíritu!" (Núm 11, 26-29). (1) Expuse este tema en el artículo Dios amo la vida, en Nuevo Mundo, 78 {1976) 97-100. 111

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