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frimientos y choques inevitables, y de inquietu– des muy cristianas. Ya no se trata de demoler a la hora de enjuiciar el pasado (y, por desgracia, también el presente) de muchas instituciones re– ligiosas. Hay que empezar a edificar, sobre las ruinas o sobre terrenos firmes. Y Bazarra lo hRce como si se tratase de un consumado albañil. En toda renovación auténtica de la Vida Reli– giosa (no se trata de un simple reformismo) son necesarios el riesgo, a veces el vacío, y siempre la inmolación personal. Y los términos de insegu– ridad y apertura asustan a los más timoratos y, sobre todo, a quienes no están dispuestos a de– jar de autocontemplarse. Por desgracia, las mayo– res resistencias a la renovación no provienen de la fidelidad a la propia conciencia, sino de un nar– cisismo infantil y estéril. No se quiere lo que con– viene a largo plazo, sino lo que me sirve a mí en mis intereses inmediatos e intranscendentes. Por eso Bazarra insiste en decir que la renovación de la Vida Religiosa exige una fe profunda y sólida, una disponibilidad continua para el sacrificio y una actitud serena para el diálogo. El título que le hemos dado al presente libro (preciso es aclarar que no intervino en ello el au– tor) suscitará reacciones muy contradictorias en– tre los religiosos y religiosas de todos los conti– nentes, pero especialmente del latinoamericano. Nos hemos acostumbrado a una "liberación" que interpela el mundo de la política, de la economía y de la ciudad secular, pero nunca se nos ha ocu– rrido pensar que la Iglesia como tal, y en este caso la Vida Religiosa, necesitan liberarse de una se– rie de tabúes, ídolos y prejuicios, que afean nota– blemente su rostro e impiden y bloquean su reali– zación eficaz. . . Estas páginas sobresaltarán a muchos, pero llenarán de esperanza a muchos más. Indignarán a quienes miran más al pasado que al presente, pero abrirán cauces a un futuro inevita– ble y gozoso. Manuel Díaz Alvarez 9

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