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Terminemos este capítulo resumiendo para ma– yor claridad. A Dios no se le puede ver en esta vida, y el único camino de acceso es la palabra a través del oído. La Palabra se impone por sí mis– ma, es el único Maestro, y en torno a El han pulu– lado muchos falsos maestros. Los Apóstoles se esfuerzan por no ser confundidos con tales seu– doprofetas, pero su autoridad no se basa en sus personas sino en la Palabra, que se impone por sí misma. El Padre nos habla su Palabra a través de su Espíritu. "No necesitarnos que nadie nos en– señe" fuera de Dios. El Espíritu nos enseña a to– dos, y el Magisterio que El ha instituido no anu!a la acción del Espíritu, sino que la presupone. La Jerarquía eclesiástica con su magisterio no puede coaccionar las conciencias. Sólo Dios puede juz– gar las conciencias de los hombres. Cuando uno no capta en su conciencia la voz imperiosa del Espíritu, ha de guiarse por la locución de ese Espíritu a través de la Jerarquía. La conciencia personal puede equivocarse, y el magisterio fuera de los poquísimos casos de infalibilidad, también puede equivocarse. Pero eso no mengua nuestro amor a Dios y a los hermanos. Y en esto nunca nos equivocam'.ls, porque la gran verdad, la única verdad, es el ,;imor. Nota: El 'contenido de este capítulo puede proíundizarse con la lectura del documento Relaciones Obispos-Religiosos en la Iglesia, de !as Sa– !)radas Congregaciones de Obispos y Religiosos. 107
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