BCCCAP00000000000000000000490

cia del Papa o del Supe.-lor General, sino por nues– tra propia conciencia. Y aceptamos una autoridad en el régimen interpersonal mientras busque el bien común y no la imposición de una mentalidad sin respeto alguno a las personas y a la libertad que nos trajo Cristo. Amamos. Y el amor verdadero nos lleva a denun– ciar la injusticia, a hacer tomar conciencia de que el poder corrompe, y de que hay que instaurar cuanto antes el amor que es servicio y entrega, no dominio ni opresión. Son de sobra conocidas las tensiones entre la institución y el carisma. ¿Es siempre la institución la que calibra la genuinidad del carisma? Históri– camente se ha comprobado cómo Dios ha suscita– do hombres carismáticos precisamente para corre– gir la institución, hombres que han sido persegui– dos por los estamentos oficiales, y que finalmente han logrado su objetivo de reforma de la institu– ción. "La subitánea irrupción de la actuación ca– rismática de Dios tiene lugar también bajo la for– ma de antagonismo frente a una institución anqui– losada, endurecida y absolutizada. Esto no signifi– ca de por sí una hostilidad del carisma frente a la institución, sino más bien una ayuda para que lo institucional cumpla su cometido tal como es propio de la Iglesia" (15). Cuando se pretende exigir una obediencia a ul– tranza, cuando los superiores se creen infalibles, como Dios, entonces se provoca sin pensarlo, una reacción contraria. Comienza el descrédito de la autoridad, y los fieles o simples súbditos, organi– zan su vida de espaldas a la autoridad. La objeción de conciencia se va generalizando en nuestro mun– do moderno. Es un ejemplo el gesto de los her– manos Berrigan, oponiéndose públicamente a la guerra del Vietnam (16). Tuvo resonancia ·interna– cional la disputa del P. José M• Diez Alegría con (15) OTTO SEMMELROTH, La fglesla como sacramento de salvación, en Mysterfum Safutis, vol. IV. tomo 1, pág. 362. {16) DANIEL BERRIGAN, Conciencia, ley y desobediencia civil. (Salaman– ca, Sígueme, 1974). 105