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Esta organización por parte de la autoridad de– be ser tanta cuanta sea necesaria, sin excederse determinando cualquier minúsculo detalle,·y tam– poco sin inhibirse originando desorden, Cuando la autoridad baja a detalles y particularidades, pue– de hacerse odiosa. Hay que dejar libertad e ini– ciativa a los particulares mientras no se entor– pezcan las relaciones interpersonales. "Ha habido momentos en la historia de la Iglesia, en los que estuvo expuesta a ahogarse la fuerza del Evangelio, no en vista de los grandes problemas mundiales, sino en vista de un sistema tan impenetrable como atormentante de prescripciones, usanzas, y san– ciones eclesiásticas, todas las cuales pudieron te– ner una vez sus buenas razones, pero que en de– finitiva, en su número y complejidad constantemen– te creciente, apenas si iban a la zaga a la ley ju– daica y a su interpretación por los doctores de la ley. Contra semejante peligro escribió Pablo la carta a los Gálatas. En una situación semejante escribió Lutero su opúsculo profético "De la liber– tad del hombre cristiano". En tal situación tiene el creyente el derecho y el deber de traer a la memoria la severa crítica con que se expresa Je– sús mismo respecto de los estatutos de los hom– bres cuando éstos, en definitiva, por razón de las tradiciones, dejan sin vigor· el mandamiento de Dios (Me 7, 1-23).'' (9). El papel de la jerarquía -y del magisterio- no es una imposición que oprima y elimine lo perso– nal e individual, sino que es la expresión de la unanimidad de la Iglesia. La Iglesia es pueblo de Dios, es cuerpo místico de Cristo, y lo que carac– teriza esta unidad es ciertamente la personalidad ·de sus miembros, pero también la unión _vital que los mantiene en dependencia de Cristo Cabeza y de los demás miembros. Aquí es donde interviene -debe intervenir- la jerarquía. En el ámbito se– creto e íntimo de la conciencia no tiene por qué intervenir. Pero cuando la conciencia tiene una (9) FEINER-V\SCHER, o.e., pág. 339. 101