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los hombres, sin excluir a nadie. Así aparece el carácter sobrenatural del amor cristiano, que no se justifica por simpatías personales de orden natural o meras conveniencias, sino únicamente por Dios. Tam- , bién nuestros enemigos reproducen en alguna manera la bondad del Padre celeste y son amados por Dios. Repasa, si puedes, la parábola del buen samaritano (Le 10, 30-37); te ayudará a comprender el pensamiento de Jesucristo y cómo debes comportarte ~on quienes te han ofendido alguna vez. MANIFESTACIONES DE LA CARIDAD Si -al principio dijimos que la caridad no consiste únicamente en las obras de misericordia, ahora hay que dejar bien en claro que se manifiesta por esas obras de misericordia y beneficencia. Recuérdalas rápidamente: Las. espirituales son éstas: Enseñar al que no sabe, Dar buen consejo al que lo necesita, Corregir al que yerra, Perdonar las injurias, Consolar al triste, Sufrir con paciencia los defectos del prójimo, Rogar a Dios por los vivos y difuntos. Las COI"porales son éstas : Visitar y cuidar a los enfermos, Dar de comer al hambriento, Dar de beber al sediento, Dar _posada al pere~rino, Vestir al desnudo, Redimir al cautivo, Enterrar a los muertos. Quizás los medios más a nuestro alcance de manifestar la caridad sean la limosna y la corrección fraterna. La limosna es cualquier ayuda que por amor de Dios se da al pobre. Se intenta socorrerle en su necesidad corporal, y debemos hacerlo según la necesidad del pobre y de los bienes supérfluos nuestros. A mayor necesidad de los otros, más hemos de prescindir de lo que a nosotros nos sobra; incluso podrá darse el caso de que en necesi– dad extrema (una enfermedad gravísima, por ejemplo) de un pobre, tengamos la obligación de socorrerle con todas nuestras posibilidades: «El que tuviere bienes de este mundo, y viendo a su hermano pasar ne– cesidad le cierra sus entrañas, ¿cómo mora en él la caridad de Dios?» (1 Jn 3, 17). 97 La Moral Católica, 5.º- 4

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