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viene únicamente por Cristo, que con su encarnación, muerte y resu– rrección ha hecho posible nuestra salvación. Por eso podemos decir que «Cristo Jesús es nuestra esperanza» (1 Tm 1, 1). NECESIDAD DE LA ESPERANZA Es verdad que Dios es misericordioso y fiel a sus promesas, pero también es justo, y nosotros somos pecadores. Podemos echar a per– der la obra del Señor. Basándonos en la misma justicia de Dios, la esperanza también incluye cierto temor que viene a robustecer la confianza en sólo Dios. La esperanza sólo se fundamenta en la promesa divina, no en nuestras obras. Pero no debemos deducir una pasividad absoluta por parte del hom– bre. Tenemos que cooperar con nuestras obras, secundando la voluntad salvífica del Señor. La esperanza es absolutamente necesaria para salvarse, y como es– tado habitual se da en el que posee la gracia santificante. Además hay que ejercitar la virtud por medio de la repetición de ac- tos durante la vida y en la hora de la muerte. · Es particularmente indicado el acto de esperanza en los mo– mentos de tentación y peligros de pecado, en las tribulaciones de la vida y en todas las calamidades: «Dios mío, espero en Ti, en tu bondad y misericordia». La virtud de la esperanza se fomenta no fiándose de los bienes de la tierra, no angustiándose por el día de mañana, y quedándonos tran– quilos después de haber hecho lo que dependía de nosotros, porque el Señor hará lo demás. La oración aumenta la esperanza. Y finalmente evitando los pecados que se oponen a esta virtud. PECADOS CONTRA LA VIRTUD DE LA ESPERANZA Lo mismo que la fe, la esperanza no se pierde por cualquier peca– do. Son dos los pecados que se oponen a esta virtud: la presunción, por exceso, y la desesperación, por defecto. La presunción puede ser de dos clases. -La del que espera lograr por sus propias fuerzas la vida eterna. Prescinde de Dios y por tanto ya no tiene esperanza cristiana. Es una soberbia satánica. 89
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