BCCCAP00000000000000000000489

·ro de un modo desordenado. Si uno llega a despreciar a Dios, o a los superiores en cuanto tales, cometería un pecado grave de soberbia. De– bemos contrarrestarla con la humildad. «El que quiera ser el prime– .ro, hágase el último» (Me 9, 34). La Avaricia es el ansia desordenada de bienes materiales. Enrique– ,cerse es el único fin en la vida. Se pone el corazón en los bienes te– rrenos y se olvidan los celestes. Por eso dijo Cristo: «¡Qué difícil es que un rico entre en el Reino de los Cielos!» (Mt 19, 23). El remedio ,es la generosidad: « Ve, vende cuanto tienes, dalo a los pobres y ten– drás un tesoro en el cielo» (Mt 19, 21). La Lujuria es el ansia desordenada de los placeres sexuales. Se bus– .ca por doquier cómo dar gusto a la carne y disfrutar de ella. Consen– tirla deliberadamente es pecado grave. La castidad nos hará superar esa perversa inclinación. «Bienaventurados los limpios de corazóll» (Mt 5, 5). La Ira es el deseo desordenado de venganza. No soporta uno la me– nor ofensa e inmediatamente busca resarcirse. Cristo pide a sus dis– cípulos que ejerciten la virtud de la paciencia: «Habéis oído que se .dijo: ojo por ojo y diente por diente. Pero yo os digo: No resistáis al mal y si alguno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale tam– 'bién la otra» (Mt 5, 38-39). La Gula es el afán desordenado de comer y beber. La embriaguez y glotonería son manifestaciones de la gula. La templanza es la postu– ra de un cristiano. Así Cristo resiste la tentación del ansia de comer: «No sólo ele pan vive el hombre» (Mt 4, 4). La Envidia es el pesar del bien ajeno. Nos duele que los demás triun– fen, y nos alegramos de sus fracasos. Es el pecado capital opuesto direc– tamente a la caridad, la virtud más excelsa del cristianismo. La regla que nos da Cristo se enuncia así: «Tratad a los hombres de la manera que vosotros queréis ser tratados por ellos» (Le 6, 31). La Pereza es la desgana para las cosas espirituales. Nos guiamos por la ley del menor esfuerzo y dejamos de hacer todo lo que nos cues– ta un poco. Hay que desarrollar la diligencia contra la pereza: «Mien– tras tenemos tiempo, obremos el bien» (Gl 6, 10). LECTURA LA VIDA DEL PECADO «Os digo, pues, que andéis en espíritu y no déis satisfacción a la concupiscen– cia de la carne. Porque la carne tiene tendencias contrarias a las del espíritu, y el ó4

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz