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Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra. Bienaventurados los afligidos, porque serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque verán a Dios. Bienaventurados los pacificadores, porque serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la jus– ticia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os persigan y levanten contra vos– otros toda clase de calumnias, por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues así persiguieron a los profetas, que fueron antecesores vuestros» (Mt 5, 3-12). Un cristiano auténtico debe ver reflejadas en su vida esas cuali– dades: ser pobre de espíritu, manso, misericordioso, pacífico, limpio de corazón... Y entonces será feliz ( = bienaventurado) porque la doc– trina de Cristo es la única que colmará las ansias de nuestro corazón. LECTURA CRISTO, LUZ Y VIDA DE LOS HOMBRES «Al principio existía ya el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. El mismo estaba ya al principio con Dios. Todas las cosas comenzaron a existir por El, y nada de cuanto existe comenzó a ser sino por El. En El estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz resplandece entre las tinieblasr pero las tinieblas no la admitieron. Surgió un hombre, enviado por Dios, su nombre era Juan. Este vino como testigo para declarar en favor de la luz, a fin de que por medio suyo todos creyesen. No era él la luz, sino testigo citado a declarar en fa– vor de la luz. El Verbo era la luz verdadera que, llegando a este mundo, alumbra a todos los hombres. Estaba en el mundo, y el mundo comenzó a ser mediante Elr pero el mundo no lo conoció. Vino a su casa, pero los suyos no lo recibieron. Sin embargo, a los que lo recibieron, a los que creen en El, les concedió la dignidad de hijos de Dios: los cuales traen origen, no de la sangre, ni de instinto carnal, ni de la voluntad libre del hombre, sino de Dios. Y el Verbo se hizo hombre, y fijó su tienda entre nosotros, y nosotros hemos admirado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo Unico, lleno de gracia y de verdad» (Jn 1, 1-14). Sl
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