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En forma acomodada a nosotros, el Catecismo Nacional ha formulado así el Decálogo: «Amarás a Dios sobre todas las cosas. No tomarás el nombre de Dios en vano. Santificarás las fiestas. Honrarás a tu padre y a tu madre. No matarás. No cometerás actos impuros. No hurtarás. No dirás falso testimonio ni mentirás. No consentirás pensamientos ni deseos impuros. No codiciarás los bienes ajenos». Jesucristo, Dios de Dios, no podía contradecirse a sí mismo. En la plenitud de los tiempos se hizo hombre no para abolir la ley de Dios, sino para ratificarla y llevarla a su perfección: «No penséis que he ve– nido a abrogar la Ley o los Profetas; no he venido a abrogarla, sino a consumarla» (Mt 5, 17). Cristo le dio un sentido más profundo y positivo, superando el for– mulismo al que la habían reducido los judíos: «Los verdaderos adora– dores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, pues tales son los adoradores que el Padre busca» (Jn 4, 23). Ese espíritu está manifestado en las bienaventuranzas y en toda la doctrina de Cristo, sintetizada en el amor a Dios y al prójimo: «Ama– rás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo, semejante a éste, es: Amarás al prójimo como a ti mismo. De estos dos preceptos penden toda la Ley y los Profetas» (Mt 22, 37-40). OBLIGACION DEL DECALOGO Por no ser más que la misma Ley natural, obliga a todos los hom– bres de todos los tiempos. Como se apoya en la misma naturaleza humana, ningún hombre pue– de considerarse dispensado o exento: sería tanto como considerarse li– bre de la naturaleza humana. En todo mandamiento se deben hacer notar dos aspectos: el negati– vo, lo que se prohibe, que incluye una obligación constante, y el posi– tivo, lo que se manda, que obliga sólo cuando se presente la ocasión. El octavo mandamiento, por ejemplo, negativamente prohibe mentir. Esa prohibición obliga siempre. Positivamente manda de– cir la verdad, y esta obligación urge cuando sólo se presente la ocasión de decir la verdad. 191

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