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en propiedad este campo, aquella casa, tanto dinero, y en cambio otro está viviendo pobremente? Es indudable que existen diversos modos de adquirir dominio so– bre las cosas. Los principales son los siguientes: Ocupación: El objeto no tiene dueño. Uno lo ocupa con ánimo de hacerlo suyo; no viola ningún derecho porque ese objeto no pertenece a nadie y Dios ha dado al hombre poder poseer los bienes de la tierra. Hallazgo: Es un objeto perdido. Como está clamando por su dueño, debemos hacer lo posible por hallarlo y devolverle lo que perdió. Al no aparecer el dueño, prácticamente para nosotros ha dejado de tener dueño. Podemos quedarnos con él y comenzar nosotros a ser dueños. Accesión: Una cosa mía produce algo. Ese algo ha fructificado para mí y soy dueño de ese producto: Tengo un árbol y da fruta, esa fruta me pertenece. O también, a lo mío se le añade circunstancialmente otra cosa: lo accesorio debe seguir a lo principal. Si a lo mío se le juntase algo, sin posibilidad de separarlos, lo que es accesorio pasa a ser pro– piedad del dueño de lo principal, previa una compensación por lo ac– cidental. Prescripción: Yo tengo un objeto, creyendo de buena fe que es mío. En realidad no lo es. Pasado cierto tiempo señalado por la ley, el ob– jeto «prescribe», es decir, el dueño ha perdido su derecho y yo co– mienzo a ser en realidad su dueño. LA PROPIEDAD Y LA POBREZA La propiedad es un derecho que Dios ha dado al hombre. Ya sabe– mos que el dominio absoluto le corresponde sólo a Dios. Por eso, el hombre debe considerarse más que un propietario, un administrador de los bienes de Dios. Así el hombre no se sentirá atado ni esclavizado por las cosas crea– das. Y en este experimentarse desligado de lo terrestre, consiste el espí– ritu de pobreza. Estamos de paso en el mundo, y nuestro corazón de– be estar orientado a los bienes que no pasan, a la eternidad. Cristo ha proclamado: «Bienaventurados los pobres de espíritu»– (Mt 5, 3). Muchos así lo entendieron e hicieron profesión de pobreza¡, renunciando a toda propiedad; tal como aconsejó el Señor una vez: «Si quieres ser perfecto, vende cuanto tienes, dalo a los pobres y _ ten– drás un tesoro en los cielos., y ven y sígueme» (Mt 19, 21). Todos debemos esforzarnos por vivir en espíritu de pobreza. Y te– ner en cuenta lo que dice San Pablo: «Nada trajimos al mundo y na– da podemos llevarnos de él. En teniendo con qué alimentarnos y con · qué cubrirnos, estemos con- <:!SO contentos. Los que quieren en,r(que- J32
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