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EL SACERDOCIO MINISTERIAL Mas no todo queda reducido a este sacerdocio común. El pue– blo de Dios es un pueblo sacerdotal, pero de ·en medio de éstos son escogidos algunos para un verdadero y propio sacerdocio ministerial. «El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico se ordenan. el uno para el otro, aunque cada cual parti– cipa de forma peculiar del único sacerdocio de Cristo. Su diferencia es esencial, no ·sólo gradual. Porque el sacerdocio ministerial, en virtud de la sagrada potestad de que goza, modela y dirige aJ pue– blo sacerdotal, efectúa el sacrificio eucarístico, ofreciéndolo a Dios en nombre de · todo el pueblo; los fieles, en cambio, en virtud de su sacerdocio real, asisten a la oblación d~ la eucaristía, y lo ejer– cen en la recepción de los sacramentos, en 1a oración y acción de gracias, con el testimonio de una vida santa, con la abnegación y caridad operante)) (Sobre la Iglesia, núm. 10). Este sacerdocio ministerial se recibe por el sacramento del Or– den . . Los ordenados reciben, juntamente con la gracia, el carácter sacerdotal que los configura con Cristo Sacerdote. EL SACERÓOTE, OTRO CRISTO De todos y cada uno de los cristianos se puede decir que son otros Cr-:stos, pues por el Bautismo hemos sido revestidos de El: «Cuantos en Cristo habéis sido bautizados, os habéis vestido de Cristo» (Gl 3,27). Pero de un modo peculiar y característico se puede decir del sacerdote ministerial. El Concilio Vaticano II expone lo siguiente a este respecto: «Por el sacramento del Orden, los presbíteros se con– figuran a Cristo Sacerdote, como miembros con la Cabeza, para la estructuración y edificación de todo su Cuerpo, que es la Iglesia, como cooperadores del orden episcopal... Siendo, pues, que todo sacerdote representa a 1:,u modo la persona del mismo Cristo, tiene también la gracia singular de, al mismo tiempo que sirve a la plebe encomendada y a todo el pueblo de Dios, poder conseguir más apta– mente la perfección de Aquel cuya función representa» (Sobre el ministerio y vida de los presbíteros, núm. 12.). Y a esta configuración rea] del carácter sacerdotal no se oponen los pecados o escándalos que cualquier sc1Úrdote, por debilidad hu– mana, pueda cometer. El sacerdote permanece hombre. con sus fla– quezas, pero en sus funciones sagradas seguirá representando a ':risto, y como a tal lo hemos de venerar. 81.

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