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traña, pudiesen hacer frente a los guardias, robar el cadáver y ocul– tarlo para que no fuese hallado. 3. Jesús vivo: Su cadáver nunca apareció; pero El fue visto vivo. No fueron puras visiones sino realidad: ((Palpadme y ved que el espíritu no tiene carne ni huesos como veis que yo tengo» , (Le 24,39). Y Cristo come con ellos (Le 24,41) y se les aparece du– rante cuarenta días (Hech 1,3) hasta que subió a los cielos. Le vio la :\1agdalena (J n 20, 14), Pedro (Le 24,34), los dos di5cípu1os de Emaús (Le 24, 13-31); todos los Apóstoles estando ausente Tomás (J n 20, 19-23) y estando presente (J n 20,26-29). Le vieron más de quinientos discípulos (1 Co 15,6). Se impone la conclusión de que Jesús resucitó verdaderamente, demostrando de forma espléndida que era ciertamente el legado de Dios. LECTURA: El ciego de nacimiento «Llevaron ante los fariseos al que h1sta entonces había estado ciego. Era sábado el día en que Jesús hizo barro y abrió sus ojos. Los fariseos a su vez le preguntar_on cómo había r2::obrado la vista. El les respondió: Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo. Algunos fariseos ex::lam1ron: No es en– viado de Dios este hombre, puesto que no observa el sábado. Pero replica– ron otros: ¿Cómo puede un pe::ador obrar seme_;antes orodigios? Y había división entre ellos. Preguntaron de nuevo al cie?,o: ¿Qué opinas tú del que te ha abierto los ojos? El resoondió: Es un Profeta. Pero los judíos no querían creer que este hombre h1bía sido ciego y había recobrado la vista, hasta que hubiesen llamado a sus padres. Y les preguntaron: ¿Es éste vues– tro hijo, de quien vosotros decís que ha nacido ciego? ¿Cómo, pues, ahora ve? Sabemos que este es nuestro hijo y que nació cie 5o. Lo que no sabe– mos es cómo ve ahora o quién le abrió los oios. Pre;untádselo a él; y1 tiene edad; él mismo puede contarlo. Los padres di ;eron esto porque temían a los judíos, pues éstos habían decidido exoulsar de la sina~oga a auien le reco– no::iese por Mesías. Por eso sus padres dijeron : Ya tiene ed:Ú:l, pre~untád– selo a él. Llamaron por segunda vez al que había sido cie; o y le dijeron: Da gloria a Dios. Sabemos que este hombre es un pe:ador. El respondió: Yo no sé si es pecador. lo que sí sé es que yo era ci-=go y ahora veo. Lueso le pre– gunt1ron: ¿Qué te hizo? ¿Cómo te abrió los o_ios? Les res'Jondió: Ya es lo he dicho y no me habéis he::10 ·caso. ; Para qué aueréi'> oírlo otra vez? ¡ A-: -2.so queréis hac~ros discíoulos suyos? Lo iniuri;Jron y dijeron: Tú serás discínulo suyo: nosotros somos dis:íoulos de Moisés. Nosotros sabemos que Dios habló a Moisés, nero en cuanto a éste, no sabemos de dónde es. v,s re– plicó el hombre: Lo ·mar::'villoso es esto. que vosotros no sabéis de dónde es y sin embarrn me abrió los oios. S1bemos que Dios no ove a los oecado– r2s, sino que esc:icha a quien 1~ honra y hace su voluntad. Nunca s~ oyó de::ir que alguien haya abierto los ojos a un ciego de n'.lcimiento. Si este 54
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