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yúscula- es el mismo Dios : «Al principio era la Palabra, y la Pa– labra estaba en Dios, y la Palabra era Dios» (J n l, 1). Jesucristo es la Palabra de Dios, la máxima revelación de Dios: «El que me ve a mí, ve al Padre» (J n 14,9). El Vaticano II ha expresado así estas verdades: «Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad, mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen consortes de la naturaleza divina. En consecuencia, por esta revelación Dios invisible habla a los hombres como amigo, movi– do por su gran amor y mora con ellos para invitarlos a la comuni– cación consigo y recibirlos en su compañía» <Sobre la divina Reve– lación», núm. 2). EXISTENCIA HISTORICA DE JESUS La existencia histórica de Jesús es incuestionable. Pero preten– der que todos los documentos históricos del tiempo se hicieran ecc de su vida es desconocer las características v condiciones del mun– do en aquel entonces: distancias enormes, dificultad de comunica– ciones, .diversidad de interpretaciones y confusión de noticias, etc. Nunca han faltado visionarios y falsos profeta~ . .. El relieve de Cris– to aparece en su obra y en su expansión, y no se ha de juzgar por el revuelo que produjo en Palestina, provincia remota y a la que no se daba una gran importancia. De todos modos, no faltan algunas alusiones en Flavio Josefa, Plinio II, Tácito, etc. Pero los verdaderos documentos sobre la vida de Cristo son los Evangelios, .que no por ser libros religiosos dejan de ser históricos. Escritos en el siglo 1, reflejan muy bien la vida, costumbres y ambiente de Palestina, y fácilmente hubiese sido des– cubierta su falsedad, de no corresponder a hechos verídicos y com– probados. Si yo escribiese actualmente una historia sobre una persona que hubiese muerto en el año 1930 y le atribuyese mil falsedades, con toda seguridad los testigos desenmasca rarían mis invenciones. Cin– cucn ta o sesenta años a distancia de los hechos, no son suficien– tes para encubrir un engaño. Sobre todo si yo afirmase que tal personaje había conmocionado a toda Esoaña, cuando en rigor na– die se acuerda de nada . Así describe ei Vaticano II el carácter histórico de los Evange– lios, y, por consiguiente , la historicidad de Jesús de Nazaret: (( La Santa Madre Iglesia, firme y constantemente, ha creído y cree que los cuatro referidos Evangelios. cuya historicidad afirma sin va- 45
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