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LOS INDIOS GUARAUNOS Y SU CANCIONERO 73 Esta plegaria la repiten varias veces, siempre en escala ascen– dente, lo mismo en cuanto al tono que a la intensidad; siendo la tercera vez tan patética y desgarradora, que yo, al verlos, temía les diese un ataque al corazón. Se arrojan casi hasta el suelo, de una manera sollozante, inge– nua, dramática y torturadora. Sobre todo será para mí inolvidable cómo pronunciaban aquella expresión ¡ Monerí, monerí ! ( ¡ pobrecillo, pobrecillo ! ), dirigiéndo– se a los dos nifios representativos, del corro, como queriendo de– vorárselos a besos y caricias. Después vuelve a repetirse la procesión muda alrededor de la plaza, lo mismo que al principio, y luego otra vez la plegaria, alter– nándose la una y la otra unas cinco o seis veces. Terminada la última vez, vuelven a sentarse en el centro de la plaza y a repetirse todas las escenas lo mismo que al principio. Así se pasan toda la noche, mientras la luna alumbra en el cie– lo: toda una noche en oración.

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