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LOS INDIOS GUARAUNOS Y SU CANCIONERO 69 La orac10n de los indios sentados resulta magnífica, con la un– ción de los cantos de Semana Santa. Pero esta segunda parte es un alarde de ternura. Sobre todo emociona a quien la presencia por primera vez la sorpresa inesperada de aquellos dos niños, por lo que los indios quieren representar en ellos, a saber: la infancia guaraúna, cuyas dos terceras partes se mueren durante la subida y bajada de las aguas del Orinoco. Esa infancia guaraúna está representada en los dos niños del círculo y en el chinchorrito doblado. Y ese canto, tan bien ejecutado por los indios con sus gestos li– túrgicos, es la plegaria de los guaraos al Gran Espíritu, quien -se– gún las creencias de los indios- comienza entonces a recorrer los caños y a revolver sus aguas, envenenándolas. Pero volvamos al morichal de Juaneida, en el caño Macareo. Con la puesta del sol y el disparo de unos cohetes que yo había llevado de Tucupita, finaliza el día. Los indios se retiran a sus bohíos, esperando la salida de la luna para reanudar sus festejos, que esta noche debían empezar por la oración coral y terminar, al amanecer, con la batida del Aragua– to, especie de zarzuela guaraúna, cuya descripción el lector tendrá ocasión de ver más adelante. Nada madrugadora esta noche la luna, nos hizo esperar hasta las nueve para mostrarnos su disco allá por la banda de las barras 1 • Pero tan pronto asomó por el horizonte, un grito uniforme, cla– moroso, resonó en todos los ranchos: ¡ Ka Nobóooo ! 2 • Había salido la luna, la antorcha de Ka-Nobo, la lámpara de Kuai-Mare. Sin que nadie los convoque, todos se congregan en medio de la plaza y se van sentando en el suelo, formando dos círculos concén– tricos, en cuyo centro se coloca, sobre un taburete, el jefe-güisiratu, que tiene en sus manos una de las maracas sagradas. Y a su lado, en otro taburete, el dokotu-moyotu (maestro de canto), con uno de sus botutos arrimado a sus rodillas. Se apagan todas las luces, pues que estas escenas no debe ilu– minarlas otra luz que no sea la de la luna, lámpara sagrada del Jebu Araobo (Espíritu Supremo). El silencio no puede ser más profundo. La emoción es densa y los circunstantes están dominados de cierta unción sagrada. La luz amarillenta de la luna comunica al conjunto de la escena cierto tono de misterio. 1 Se refiere a las bocas del Orinoco. 2 Ka-Nabo, nuestro anciano (Dios).

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