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CAPÍTULO IV LA ORACION CORAL A KUAI-MARE Llegamos al punto culminante de las fiestas teúrgicas: la ora– ción a Kuai-Mare por la infancia guaraúna. Ha sido ésta la gran sorpresa artística que he recibido en mis excursiones misioneras. Perla de arte. Oro viejo de un viejo filón desaparecido. El alma guaraúna, en su doble aspecto lírico-religioso, transpira en esta re– liquia folklórica que ha logrado salvarse de la vorágine del tiempo, que todo Jo transforma o consume, replegándose a los morichales inaccesibles de Mariúsa, de donde trae su procedencia. Es esta oración una coral, en la que intervienen todos y solos los indios varones adultos. La música es sentidísima y profunda. La letra no tiene sentido. Son monosílabos cuyo orden cambian a medida que la melodía se va desarrollando. Cada serie de monosílabos es interrumpida por un golpe de maraca dado por el teurgo, con el que todos los cora– les hacen final para comenzar de nuevo. Durante el rezo, que siempre es de noche, a la luz de la luna, los indios están sentados en el suelo, formando uno o dos círculos concéntricos en medio de la plazoleta. Al terminar los coros por cuarta o quinta vez, todos se levan– tan, formando una circunferencia, y comienzan a circular alrededor de la plaza, en silencio y al son melancólico del esemoi o batuta, hasta dar en esa forma cuatro o más vueltas. Un sonido especial del instrumento los hace detenerse a todos. Ahora vuelven a circular, pero dando pasitos de lado y cantan– do al propio tiempo otra melodía, que acompañan con movimientos rítmicos del cuerpo y ademanes del antebrazo y mano derechos.

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