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54 P. BASILIO M. DE BARRAL -Bueno, Padre, yo me voy -me dice el jefe, que es también el teurgo. -¿No quieres que yo os acompañe? --le pregunté. -No. Tú te queda ayí porque lo niños e la mogieras no tiena miedo. Aunque yo sabía de sobra el motivo de esta prohibición -que no es otro que la ley del arcano-, no insistí y me acosté malhu– morado. Es el único número del programa de fiestas que no he podido describir de visu, por haber sido el único que no se me permitió presenciar. Pero yo sé, por confidencias de los mismos indios, que en este acto de culto es cuando depositan en el naja-namu la fécula de moriche, y, entre oraciones, cantos y redobles de maraca, el teur– go la ofrece al Gran Espíritu, implorando su protección para los in– dios de la ranchería. Ya que como presente nada pueda decir, diré lo que pude oír. Pasó media hora en silencio. Ya entonces comenzaron a oírse gritos, cantos de piache y ruido de maracas, que semejaba el ruido que produce un aguacero fuerte al caer sobre un tejado de cinc. El maraqueo era por intervalos como de tres minutos, y duró como un cuarto de hora. A continuación se oían voces como de una persona que estuviese riñendo con otras. Luego otra vez cantos de piache, sonidos del esemoi o botuto sagrado, y nuevos mara– queos, sostenidos por largo tiempo. En esta forma pasaron dos largas horas, hasta que salió la luna, regresando entonces los indios alegres y en conversación familiar. Todo el tiempo que duran las fiestas teúrgicas, los indios no duermen de noche, haciendo alarde de una resistencia admirable. El baile es preceptivo durante el curso de la luna, desde que sale hasta su puesta, y bien puedo asegurar que durante mi estan– cia entre ellos no se dio un caso de que alguien se dispensase de esta obligación. Mas la noche en que corresponde su turno a la danza del jata– bu, el dormir es de imposibilidad absoluta. Aquella monotonía del esemoi -instrumento esencial en dicha danza-, persistente du– rante toda la noche, es matadora: algo así como para volver loco al que quisiera dormir y no hubiera traído lo necesario para tapar– se los oídos a cal y canto. La mañana del primer día Lo primero que hacen al salir el sol es preparar las tortas de yuruma para ofrecerlas al J ebu.

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