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52 P. BASILIO M. DE BARRAL mari-mataro, adornada con las plumas más vistosas de la ornitología local; la maraca sagrada de segundo orden, que usa el teúrgo en todos los actos secundarios en que interviene; los botutos sagrados, que se emplean en las ceremonias del jatabu, y que hacen sonar siempre y exclusivamente en ceremonias que se relacionan directa– mente con los objetos que guardan en el santuario; el esemoi o pito de señales, usado por el dokotu arotu o maestro de capilla, y que rompen o inutilizan ritualmente al terminar su última intervención en las fiestas; los jabi sanuka o maraquitas sonoras, que debe llevar cada uno de los varones concurrentes a las danzas del Jabí Sanuka. Los sartales de sonajas de retama, denominados següei 3 , con los que adornan sus pantorrillas en el amose a jojo o danza de p:irejas, y que colocan enrollada en la pértiga que lleva el següei arotu o per– tiguero, con la que dan ciertos avisos en la danza sacerdotal del Jatabu. El sello o rodete cilíndrico, con dibujos geométricos en relieve, para pintar al teurgo y a otros personajes que intervienen en la an– tedicha danza. Los Jatabu o cañas sobre las que han de colocarse, en medio de la plazoleta, los objetos sagrados, alrededor de los cuales habrán de desarrollarse todas las ceremonias de la danza misteriosa. Se proporciona también cada cual el adorno correspon– diente que necesita para tomar parte en los juegos cómicos, etc. Fi– nalmente, en el centro del santuario guarao, sobre el rasante del suelo o en un hoyo proporcionado, se hace el naja-namu o depósito para la harina de las ofrendas. A un lado se colocan los mapires con la harina hasta la noche de la víspera, en que se depositará dentro del naja-namu entre cánticos teúrgicos y ceremonias religiosas. Con esto queda ya todo dispuesto para comenzar las fiestas. Sigo transcribiendo de mis apuntes misionales: Llegan los fo– rasteros. Había llegado en pleno la tribu de Vuelta Larga, y había llegado también el capitán de la Vuelta de Guapoa con sus fuertes bakarao, desnudos, magníficos luchadores del naja-kara 4 • Sotero, el viejo tigre, allí estaba tan tranquilo como si no hubiera jamás roto un plato 5, con sus ojos azules y mirones, y su tribu del caño Tucupita y Jamana. Sólo faltaban los najaromos, internados en el moricha! de Gua– poa, y los de la Boca de Guapoa, del capitán Cucurito, de puntillas 3 Del caribe kegüei. 4 Naja-kara, deporte cuya descripción se h,1ce en otro capítulo. 5 Había ahorcado y quemado después a un indio de su fratría para quitarle la mujer. Había, adem,ís, matJdo a una niñita, hija suya, estrellándola contra uno de los horcones del rancho.

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