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LOS INDIOS GUARAUNOS Y SU CANCIONERO 43 Vi allí, en sus respectivos torotoro o maletas tejidas de junco americano (tirite), las dau-nona, las mari-mataro y los kareko 11 , objetos tan respetables para los indios guaraos como para los israe– litas las tablas de la Ley o los vasos con el maná, y como para los católicos el cáliz o el copón. No puedo menos de confesar que aquello me produjo una im– presión gratísima en medio de su rusticidad y primitivismo, pues era el testimonio que daba la raza aborígen de su creencia en la existencia de un Ser superior y la protestación que hacían de reco– nocer su soberanía. Oportunísima lección, por cierto, que pueden ir a aprender de aquellos ignorados salvajes de los morichales ma– queriteños esos incrédulos trasnochados, empeñados en negar lo sobrenatural, y más aún en raer de las inteligencias la idea del Pri– mer Principio. * * * Estas fiestas se celebran en dos fechas distintas, siempre en noches de luna clara. Comienzan, por norma tradicional, en un novilunio, que suele ser el de marzo, durando tres días con sus noches, y vuelven a reanudarse en el plenilunio del siguiente mes. Pero una y otra no son sino las dos partes de una misma fiesta, viniendo a ser la pri– mera así como un anticipo o preparación para la gran solemnidad de la segunda fase, que dura una semana. En la primera fase de las fiestas se trae la fécula de palma y se deposita en el Naja-Namu, dentro del santuario o Jebu a janoko (casa del Jebu), haciéndose la ofrenda de las primicias en medio de oraciones, danzas y juegos, que vienen a ser como extractos de los que habrán de realizarse con toda pompa en el plenilunio del si– guiente mes. Mientras aquella fecha llega, la harina sagrada permanece san– tificándose en el interior del santuario, depositada en el Naja-Namu. De aquí el nombre de las fiestas. 11 De todos estos objetos se habla en la segunda parte al tratar del Joebo.

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