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LOS INDIOS GUARAUNOS Y SU CANCIONERO 39 Todos sus actos, sin que carezcan de ingenio, se caracterizan por su simplicidad y candor patriarcales. El aire sagrado, el respeto, el candor y la sencillez son sus notas relevantes. Los principales actos que integran las fiestas teúrgicas son los cuatro siguientes: oraciones corales, danzas, juegos y ofrendas. Las oraciones corales, cantadas por solos los indios varones adul– tos y presididas por el Güisiratu Jefe (gran teurgo), quien no deja de la mano la insignia suprema de su autoridad teúrgica, la maraca sagrada, son deprecaciones al Gran Espíritu, implorando piedad por los niños guaraúnos, etc. Se recitan siempre de noche, unas veces en el santuario étnico o casa del Jebu, y otras en la plazoleta, al aire libre, sin más luz que la luna. De las danzas teúrgicas, la del Jatabu o sacerdotal es sumamente misteriosa. Parece condensarse en ella toda la espiritualidad de las viejas tribus, estremecidas por la preocupación que les produce el poder de los seres invisibles. Las ceremonias del teurgo con la mari-mataro (maraca solemne) alrededor del jatabu son originalísimas. Y, en general, todas las ceremonias que rodean estas escenas son de ranciedad primitiva. Al presenciarlas exclama uno, sin poder remediarlo: u Esto es indio; ésta es la América precolombina.n Las danzas de las maraquitas o del Jabi Sanuka son más claras, francas y estrepitosas. Están llenas de movimiento, gozo tranquilo, ingenio y lirismo, aunque siempre envueltas en un tinte diluido de misterio, ansiedad y respeto religioso. En estas danzas parece que los actuantes proceden gratamente afectados por la religiosa convicción de la mirada omnividente del Supremo Arotu, que desde el Joebo (cielo) los está contemplando. Entre las ofrendas, la de la yuruma o torta de fécula de palma es el punto céntrico de la festividad. Pero la ofrenda más dificultosa es la del sueño. La vigilia nocturna es obligatoria para los varones las noches que duren las fiestas. En cuanto al escenario, ya en nuestros tiempos las fiestas del Naja-Namu suelen celebrarse en la misma ranchería en que los in– dios residen habitualmente, en la cual nunca falta el santuario gua– raúno (Jebu a Janoko, casa del Jebu), que ha degenerado en misera– ble choza, y su plazoleta de baile o jojo-noko. Pero lo clásico es su celebración en la ranchería morichalera, norma que todavía conser– van algunas tribus más puras y retraídas. Al bajar, con el verano, a su nivel ínfimo el cauce del Orinoco, los caños o brazos de este gran río se convierten en verdaderas rías, por las que el mar envía sus aguas saiadas muchas millas tierra adentro.

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