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556 P. BASILIO M. DE BARRAL gente, hasta que, uniéndose los indios y ayudados por los caribes del Pomarón, vencieron y aniquilaron a las co111isiones reclutadoras, µna vez en Anacotq y otra, en la Boca del Pomarón, quedando des– de entonces en paz. Estos indios comenzaron a llegar a Moruca algunas semanas después de la matanza de sus misioneros en Ca– ruachi. Al saberse la noticia en Domerara, el Gobernador de la Colonia, general J ohn Murray, dio instrucciones tendientes a prohibir la en– trada en la Colonia a dichos fugitivos o su radicación en el país en caso de que ya hubieran entrado; obteniendo de la Legislatura en septiembre del mismo año (1817) autorización para erogar los fon– dos necesarios para deportarlos a Cuba o a Puerto Rico, cosa que no llegó a realizarse, según se cree, por la escasez de medios de transporte. Es un dato interesante en favor de aquellos indios el que toda la oposición contra ellos en la Colonia Británica fuese de carácter religioso. O lo que es lo mismo: se los rechazaba, porque eran católicos. El año 1822, fecha en que se sublevaron los esclavos de la Colo– nia, los indios de Moruca ofrecieron al Gobierno 100 hombres, dies– tros en el manejo de las armas, para luchar contra aquéllos a las órdenes de su capitán Aguilar, mereciendo por ese hecho ser reco– nocidos como indios ingleses, y que se les concedieran como reser– vación los terrenos en que actualmente se desenvuelve la Misión de Santa Rosa. Finalmente, el Protector de Indígenas, Mr. William Hilhouse, a quien tantos favores deben los moruqueros, convenció al Obispo Clancy de que, en vista de que aquellos indios eran católicos y que después de tantos años nada habían podido hacer con ellos los pro– testantes, lo procedente era mandarles un sacerdote católico. Este, el primero que visitó Santa Rosa, llegó en junio de 1830; en 1858 se hizo la primera capilla y casa cural; en 1860 se la dotó de Cura residente, y en 1912 llegaron las primeras Hermanas Misioneras. En cuanto al censo de los indios regresados de las que fueron Misiones de Guayana y establecidos en Moruca, dice el antes citado Hilhouse que en 1823 había más de cien familias con un total de más de trescientas almas. Y respecto de su índole, moralidad, la– boriosidad y cultura, el antes citado historiador Webber se des– borda en elogios para ellos, señalándolos como a los indios más cultos, más morales y más trabajadores e industriosos de la Colo– nia; aprovechando la oportunidad para poner de manifiesto la su– perioridad indiscutible del método español de civilizar a los indios por medio de las Misiones Católicas, al usado por ingleses, holande– ses y franceses, ya que el método español tendía a civilizarlos e incorporarlos al esfuerzo nacional como miembros de la sociedad,

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