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510 Mosori monika, nejeruci ine; ldulJUrujo yatabanci ine. P. BASILIO M. DE BARRAL Como los rnosures, he venido flotando; y a Iduburojo he recalado. Nejerzí- significa flotar, ser llevado por las aguas sin esfuerzo pro– pio, o sea, sin nadar. La idea de nadar o flotar con esfuerzo propio se expresa con el verbo kafirnci-. Los mosures, llamados vulgarmente hora, especie de las ninfáceas. son plantas flotantes, propias de aguas dulces, que se desarrollan particularmente en lagunas y caños tranquilos, de aguas turbias y recargadas de arrastres vegetales. Dotados estos nenúfares de aptitudes para arraigar y desarrollarse sobre las aguas, nutriéndose de los elementos en suspensión que éstas contienen, su existencia transcurre en un ininterrumpido movimiento de vaivén al capricho de las mareas, pudiendo con toda exactitud asignárseles el denominativo de plantas navegantes o viajeras. Solem– nes y tranquilas veréislas pasar una y cien veces por delante de vos– otros, ya en remontada, ya en descenso, en perenne andar y des– andar el mismo itinerario, sin perder jamás la calma. Por esto en ellos he visto siempre el prototipo de la resignación y de la paciencia. Si a veces algún estorbo se les atraviesa en el camino, no por eso pier– den su ritmo sosegado ni su mansedumbre inalterable. Un molinete en torno al palo agresivo, y prosigue en paz su ruta de siempre, sin que le duela dejar en manos del agresor parte de sus entrañas ... Mas dejando a un lado las alturas de la poesía, y aterrizando sobre la dura pista de las realidades, nos encontramos en primer término con que para la navegación constituyen los mosures uno de sus ma– yores obstáculos, llegando en épocas del año a hacerla del todo im– posible. En los meses de los fuertes brisotes, que coinciden justa– mente con la época de sequía o verano, en que el agua de los ríos se reduce á su nivel mínimo, siendo también mínima su corriente, los mosures son empujados hacia las cabeceras de los ríos y bocas de los desechos. Y por ser tan escasa en esa época la fuerza descendente de la corriente y no poder contrarrestar el empuje de los vientos, allí se van acumulando, enraizando y atrancando unos con otros, formándose los célebres tapones que hacen el tráfico por agua poco menos que imposible. Para pasarlos es necesario ir provistos de machete y abrir camino a la embarcación por entre los macizos de verdura. A veces se arrastra la curiara por encima de la alfombra vegetal, y no pocas veces hay que resignarse a dejar la embarcación, haciendo el resto del viaje por tierra, en el caballo de San Francisco. Huelga mentar siquiera las embarcaciones a motor. Acorralados en los remansos y cabeceras de los caños, allí per– manecen la época del verano, extendiendo cada día más su área de

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