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28 P. BASILIO M. DE BARRAL tos cuyo interés, sin tales notas, pasaría inadvertido para la gran mayoría de los lectores. Además, ellas nos evitarían la posible necesidad de tener que ,escribir un nuevo trabajo sobre asuntos relativos al Cancionero, con la consiguiente ventaja económica y también con la seguridad de que serán más leídos, ya que, aunque sólo sea por el atractivo de la música, es de esperar que este libro habrá de ser bien acogido por el público. Por lo que respecta a la procedencia de las diferentes canciones, nada me costaría especificar, con la fecha y la región o ranchería en que fueron transcritas, el nombre de la persona que me las dictó, puesto que esos datos están escrupulosamente anotados en los ori– ginales. Pero por tratarse de pobres indios sin la menor importancia, varios de los cuales son ya muertos y de otros se ignora el paradero, he juzgado pueril el tener que andar citándolos a cada paso, prefi– riendo consignar tan sólo la región o, a lo más, la ranchería y la fecha de la transcripción. Así se hará. Parte de las canciones me fueron dictadas por personas particu– lares, otras, por coros de indígenas. De las personas que más contribuyeron al caudal del Cancionero sobresalen: Cecilia de Nabasanuca (vulgo Chilo), Ambrosio de Sia– guani, Joaquina, Micaelita y Antonia Daza, del Internado de Ara– guaimujo; Silvina, Teresa, Delfina, Tomasa Rivas y Ana Velarde, del Internado de San José del Amacuro (vulgo Guausa): Silveria Molina, de Moninoko, y Serafina, de Vuelta Larga (Macareo). Los coros que más se citan en los originales son: los del Inter– nado de San José del Amacuro, el de la Reducción Misional de San Francisco de Guayo (vulgo Osibukajunoko), y los de Nabasanuka y Boca de Guapoa (indios najoromos). A todos ellos quiero dedicar en este día, natalicio del Cancionero que ellos contribuyeron a engen– drar, el más cariñoso recuerdo. * * * He dividido mi obra en dos libros. El primero se ocupa de la mú– sica teúrgico-mágica y de la funerante, recopilando alrededor de un centenar de ejemplares. Es más que nada un tratado a fondo de las motivaciones de esa especialidad de música de los guaraos. A ese fin se estudia la religiosidad autóctona del pueblo guarao; sus creencias y actos de culto; las peculiaridades de su hechicismo o magia; su concepto de la muerte y causas de la misma; su mentali– dad con relación a la supervivencia del alma y a las andanzas de ésta por el más allá. Lleva un total de 97 canciones, distribuidas en tres partes: la primera dice relación a las fiestas teúrgicas, llamadas

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