BCCCAP00000000000000000000485

440 P. BASILIO .M. DE BARRAL del ahogo de las aguas. Bien pudieran ser calificadas estas inunda– ciones de ruina total de la agricultura y del campesinado deltano. Los frutos no arrastrados por la corriente, perecen de igual manera; unos, podridos bajo la tierra, como las diversas especies de tubércu– los; otros, como las especies de plantas rastreras, calabazas, sandías y las leguminosas, ahogados, al ser cubiertos por el agua. Aquellas plantas que se libran de ser anegadas no por eso dejan de sufrir da– ños irreparables, muchas veces motivados por la permanencia a su pie de las aguas empozadas y calientes durante el largo espacio de tiempo que demora en comenzar el descenso de las aguas. Las plan– taciones de bananos o ahilados, que pudieran, sin otra cosa, consti– tuir el bienestar económico de todo el Delta, son las menos resis– tentes a la acción de las aguas, siendo lo peor la desaparición de la semilla, pues de disponer de semilla abundante y pronta la repobla– ción bananera, sería cuestión de pocos meses, ya que en fertilidad la tierra deltana no tiene rival. En las inundaciones septenarias o extraordinarias-ordinarias sue– len quedar, aunque muy escasos, algunos lugares libres de la inva– sión de las aguas, y, por lo menos, las viviendas campesinas. Pero en las extraordinarísimas o quincuagenarias, todo desaparece. Ya no es sólo la agricultura, sino los pueblos. Las aguas irrumpen por las calles, formando torrentes y deslabazando la tierra. Las bases de las viviendas, por norma general de bahareque o de adobes, se des– moronan pronto; penetra el agua por dentro y los boquetes abiertos se van ensanchando a medida que el nivel se eleva. La mayoría de las casas quedan en el esqueleto de su armazón, descarnadas de toda su tierra y muchas son arrebatadas por la corriente. En las construc– ciones de concreto, las aguas forman bombas al resquebrajarse el cemento del piso. En esta forma, al cabo de pocos días, el Delta agrícola yace en la más desoladora pobreza. La pobl¡ición campesi– na se refugia en los cerros o emigra. La penúltima de estas inunda– ciones que se recuerdan, fue el año 1892, que hizo desaparecer el incipiente caserío de Tucupita, embrión de la hoy floreciente capi– tal del Territorio Delta Amacuro. Cincuenta años después, en 1942, volvió a repetirse la catástrofe, salvándose de casualidad Tucupita, gracias a los trabajos de relleno de calles y casas, que en buena hora iniciara el R. P. Samuel de San Mateo en el año 1920, siendo luego secundado por las autoridades y los particulares.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz